9.2.16

Los primeros materiales para una teoría de la Jovencita, de Tiqqun

quentintheteenagers.blogspot.com.es

Entre la Jovencita y el mundo hay un escaparate. Nada toca a la Jovencita y la Jovencita no toca nada.

Tiqqun es un colectivo francés homogéneo o muchos autores dispersos; no lo sabemos y tampoco tiene realmente importancia. También llamaron así a su propia revista, que dejó de publicarse hace más de una década, aunque algunos de los textos nos han llegado traducidos y en forma de antologías.

El proyecto Tiqqun en general consiste en producir teoría para lo que llaman el Partido Imaginario, un gran movimiento trasversal y transnacional de rechazo a las identidades y normas heredadas que tiene la vista puesta en otras políticas y formas de convivir. Se nutren principalmente del Situacionismo y de la obra Imperio de Antonio Negri.

No todos sus escritos son igual de interesantes y accesibles a profanos. Aquí queremos recomendar dos: uno es la Teoría del Bloom, que es una antropología del hombre sin atributos actual, el proletario moderno. El Bloom es el ciudadano contemporáneo, que no tiene sustancia pero sospecha que podría tenerla: sube al tren, se baja del tren, ve televisión, compra ropa, se cobija entre la masa y, solo de vez en cuando, sueña. Está expuesto continuamente al deseo, que es la antesala de su sometimiento.

Eso nos lleva al otro libro, sin duda el más interesante y original de todo el opus de Tiqqun, Los primeros materiales para una teoría de la Jovencita. Aquí se habla de la Jovencita como un mito, una mónada, un arquetipo o como se quiera, un concepto que nos sirve para entender una nueva forma social que se está configurando tras “la quinta revolución industrial”.

La Jovencita “ocupa el nudo central del presente sistema deseos”, es una mentira que “lleva la máscara de su rostro”, es el nuevo humano inorgánico, convertido en “mercancía-faro”, cuyo mejor ejemplo son las chicas que se representan en la publicidad, y también las que se sientan a nuestro lado en el metro, nos sonríen en los bares, y alguna vez hasta nos invitan a su áticos con tapices étnicos.

El concepto se puede leer en dos niveles, como dispositivo de poder; o, más mundanamente, como las chicas y chicos que inundan los medios de comunicación y cuyos epígonos vemos todos los días paseando por los centros urbanos. Las implicaciones políticas y sociológicas son profundas pero lo más perturbador de los aforismos y sentencias de Teoría de la Jovencita es lo superficial: su retrato de las ninfas postindustriales que viven como detrás de un escaparate y a las que los y las Blooms deseamos y por las que nos esclavizamos. Aunque también hay momentos en los que vemos cierta recapitulación y se humaniza a la Jovencita, que también aparece como víctima, ya que pronto se “descompone”, porque vive “presa de su belleza”; finalmente la anorexia aparece como cierta consecuencia lógica, "cuerpo sin alma que se sueña alma sin cuerpo".

Por supuesto no se queda en algo sexual o de género. También hay jovencitas masculinas, Justin Bieber sería uno por ejemplo: chicos que se han cosificado de la misma manera que fueron cosificadas las chicas.

Este libro es para tenerlo cerca y deglutirlo despacio, como todos los buenos libros de aforismos. También es recomendable su contraparte, la Teoría del Bloom. Ambos son una buena cartografía de este continente de silicio y vacío en el que vivimos.

7.2.16

La construcción en un personaje público


Muy a menudo los países miran atrás y sienten asco y vergüenza por los errores y horrores que toleraron. Las más de las veces se tratan de justificar diciéndose que desconocían lo que estaba sucediendo, o que solo una minoría poderosa era responsable, que nada, en suma, podía haber hecho la mayoría ignorante y mansa. Con la abundancia y rapidez con que nos llega la información en la actualidad, lo cierto es que estas excusas son cada vez menos verosímiles. Porque en nuestro tiempo, con frecuencia, la infamia incluso es retrasmitida en directo.

En España tenemos unas televisiones que esgrimen como motto cínico que están “para entretener a la ciudadanía, no para formarla”. Y con este argumento por bandera vomitan sobre ella un catálogo de programas y personajes que parecen haber buscado en los estercoleros. Lo peor, lo más vil, pueden encumbrarlo en moda popular, en una supuesta demanda social paradójicamente diseñada en el despacho de algún alto creativo audiovisual.

Desde hace unas semanas contemplamos como Tele 5, premeditadamente, está convirtiendo a unos de los personajes más grotescos y deleznables de nuestra historia reciente en una estrella mediática. Antes de su paso por esta cadena, nadie, absolutamente nadie, demandaba estar al tanto del lado “humano” de Francisco Nicolás Gómez, más conocido como “el pequeño Nicolás”. No había interés en él; solo se le consideraba una basura corrupta de la ralea de Bárcenas o Correa. Sin embargo, los directivos de Tele 5 están activando, paso a paso, todos los mecanismos necesarios para hacer de él un icono. No es gracioso que unos de los culpables del hundimiento de la economía, solo por ser especialmente joven, sea un referente simpático para sus coetáneos. Y esto está sucediendo día a día, antes nuestras narices.

Tras la crisis económica que todavía padecemos no hay lugar para inocencias fingidas. Sabemos que vivimos en una sociedad de bajo nivel educativo, de mediocre cultura cívica y de comportamientos francamente amorales. Y también sabemos que si no cambiamos colectivamente no recuperaremos en rumbo. Todos, incluidos los medios de comunicación, somos responsables. Si queremos salir del hoyo, una de las primeras cosas que hay que hacer es dejar de ser complacientes con los sinvergüenzas, ni con los que los jalean.

1.2.16

dos obras de teatro





Coinciden en Madrid en estos días dos obras de teatro dispares, y como últimamente tengo mucho tiempo libre, las he ido a ver. 


Una es la adaptación del texto de Jean Paul Sartre A puerta cerrada, en la sala La puerta estrecha. Otra es Obscenum, en el Teatro Galileo. Confieso compré el boleto de la primera predispuesto a obnubilarme porque era mi primer Sartre en escena. A la segunda fui con la idea de despotricar con lo que intuía un espectáculo vacío aderezado con muchas actrices desnudas, que eran en realidad mi verdadera motivación.


La cosa no ha sido del todo así. A puerta cerrada me ha parecido desubicada, me ha resbalado. Es una indagación metafísica en la que tres personajes que han muerto esperan en una especie de purgatorio y enfrentan los recuerdos de sus actos inmorales. Todo muy existencialista, que como sabemos es un cristianismo ateo. La Segunda Guerra Mundial está de fondo, pero el director de esta versión ha querido actualizarla poniendo una estética kitsch horrible que todavía aleja más al espectador. Los actores no eran creíbles; no podían serlo porque hablaban como españoles actuales y vestían como lo harían ahora. Demasiados apaños, demasiada voluntad de creernos algo que ya no está ni geográfica ni temporalmente en nuestra “situación” (que por cierto es un concepto sartriano que viene al caso).      


Obscenum, en cambio, tiene algo de narrativa sociológica. Su autor, cuyo nombre desconozco, es alguien vivo y coleando. Habla desde hoy para hoy. El texto cuenta la historia de cinco personajes noctívagos y promiscuos que se la pasan hablando del miedo al amor, porque saben que lo perderán. También hay mucho debate en torno a la genitalidad y al sexo en sus variantes; drogas y de vez en cuando algún número musical. Los actores son talentosos, desde luego, pues cantan, bailan y tocan distintos instrumentos. Hay un momento en que dicen que somos la “generación del orfidal”, porque no soñamos ni aun dormimos. Aquí nadie enfrenta a la muerte ni grandes dilemas. Más bien hay cuerpos que buscan otros cuerpos, que no pueden existir solos.     


Seguramente en Obscenum los diálogos son más flojos y menos profundos, pero la obra es más de verdad. Sus carencias son las de la época, que no da para otra cosa. No había que trasladarse a otro contexto; al encenderse las luces seguíamos instalados en los temas que se trataban. Además es cierto que abundan los desnudos ¡Qué pacato es Sartre en comparación!