Mi amigo Jairo asegura que tiene un primo en Bucaramanga que disfrutó con El coronel no tiene quien le escriba.
No veo el momento de ir allá para fotografiar a tan singular criatura:
sería el primer colombiano que conozco al que le gusta algo de Gabriel
García Márquez.
Si
bien mis conocimientos de literatura colombiana del siglo XX tienen sus
limitaciones, aseguraría que el premio nobel es una rareza dentro del
panorama literario nacional. Allí priman los textos en los que se hace
crónica descarnada de la vida campesina o relatos de supervivencia en
ciudades sepultadas por la polución. Es decir, los escritores
colombianos dibujan la realidad de su país sin florituras, y ése es el
tipo de libros que leen sus compatriotas.
En
toda América Latina hay una revuelta, consciente o no, contra el
realismo mágico y las estrecheces a las que ha condenado a lo
latinoamericano. El chileno Alberto Fuguet, en su prólogo de McOndo, escrito junto a Sergio Gómez, expone bastante bien el hecho. Y no es baladí que Fuguet también sea el responsable de Mi cuerpo es una celda, compilación de textos de Andrés Caicedo, prócer de esta insurrección en su variante colombiana.
La revista cultural colombiana Arcaida tiene un especial sobre la lectura queer
de Andrés Caicedo. Esto es. Colombia hoy tiene más que ver con jóvenes
urbanos de sexualidad ambigua, rock y pauperización que con viejos
generales que levitan al beber té y otras huevonadas por estilo.
Si
alguna vez hubo una Colombia como la que retrata García Márquez, ya no
existe. Y si la hubo, basta leer el clásico de los sesenta La violencia en Colombia
o cualquier libro de Alfredo Molano para ver todo el horror e
injusticia que originaron la visión “mágica” de la realidad. De ahí creo
que no es difícil concluir que Cien años de soledad y demás
serían consideradas afrentas hacía Colombia si las hubiera escrito un
extranjero, no se verían más que como coartadas imperialistas de la
opresión.
Sin
embargo, Andrés Caicedo sigue resplandeciendo, en vida y obra, como
grito de la Colombia que no quiere ser exótica porque sabe bien que ese
exotismo es muerte y subdesarrollo. Andrés Caicedo es la América Latina
que realmente existe hoy, pobre pero moderna.
Y por supuesto, como no cabe en los clichés foráneos sobre la región, es totalmente desconocido en los países de allí arriba.