21.6.21

Los penúltimos días de Escohotado, de Ricardo F. Colmedero

 

Hay libros que son una tomadura de pelo y los podemos ultrajar sin sentimiento de culpa ya que sus responsables, o bien sabían lo que perpetraban, o bien fueron tan obtusos que ni siquiera se dieron cuenta del mojón que lanzaban al mercado. Luego hay otros libros que no son buenos, pero vemos que hay muchas ganas e ilusión detrás, y les oteamos fértiles ideas malbaratadas por falta de pericia; son un quiero y no puedo. Con estos da pena que elogiarlos sea mentir.

Los penúltimos días de Escohotado de Ricardo F. Colmedero está un poco en esta última categoría. No es un libro insalvable, pero desde luego no está a la altura de su propuesta. Su autor es un periodista que nos cuenta sus charlas con Antonio Escohotado, octogenario ya y de retiro en Ibiza. Colmedero no es un tipo especialmente curtido intelectualmente y desde el principio reconoce que casi no ha leído la obra del filósofo. Así que deja hablar mucho al maestro sin que los monólogos tengan contrapeso, y cuando los tiene, cuando Colmedero quiere opinar también, el contenido pierde nivel escandalosamente.

Alberto Olmos ha escrito una crítica recientemente en El Confidencial sobre esta obra, y él abomina de la pedantería de Escohotado mientras salvaguarda un poco el trabajo de Colmedero, al que elogia como columnista. Nosotros sospechamos que se conocen y que aquí sobrevuela la amistad, porque claramente el problema del libro es el entrevistador y no el entrevistado. 

Se nota que Colmenero quiso hacer algo liviano, e incluso puede que se caracterice a sí mismo de ignorante para resaltar el aura sapiencial de Escohotado, pero no funciona. Él sobra en el libro, no interesa lo que dice, que no es mucho y sin embargo resulta demasiado. Y lo peor es que no sabe sacarle partido al filósofo, que podría dar mucho más juego. Lo que el celebrado autor de la Historia general de las drogas dice aquí es por supuesto potente y transgresor, pero no está bien recogido ni cuenta nada que no hayamos escuchado ya en sus vídeos de youtube.

Quizá el problema es que Los penúltimos días pretende ser una primera toma de contacto con la obra de Escohotado, y para los que más o menos le seguimos todo aquí nos resulta redundante y manido. Lo único que aporta novedoso es el tono crepuscular de un maestro que está bastante peor de salud de lo que especulábamos, y que se siente próximo al final sin perder cierto porte estoico.  

Desde luego éste no será el libro definitivo sobre Escohotado, ni siquiera uno importante. Aunque lastimosamente es el único de momento. Que sepamos no hay biografías ni estudios de su obra, ni si quiera nos consta que se esté trabajando en tesis doctorales sobre él.  Pero la moda escohotadiana empezará pronto. Su hijo Jorge está encargándose de que nada se pierda, y mantiene la magnífica página web de La emboscadura, donde se puede descargar la mayor parte de la obra del filósofo, así que por lo menos no será un autor olvidado en el purgatorio de los descatalogados. Esperemos que los próximos textos sobre Escohotado que aparezcan en el futuro estén a cargo de autores con más kilometraje intelectual. 

1.6.21

El optimismo en las Coplas de Jorge Manrique

 



Hablar del optimismo en las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique parece casi un sarcasmo; pero una vez que las leemos se desvanece la perplejidad inicial.

La cabecera de este trabajo nos evoca también el texto de José Ortega y Gasset Del optimismo en Leibniz. Se hace entonces inevitable que leamos las Coplas desde el optimismo leibniziano. No es, claro está, un optimismo irracional que se niega a ver las calamidades del mundo. Es un optimismo paradójico que considera que a pesar de todo vivimos en el mejor de los mundos posibles; un optimismo que abraza la realidad sin regodearse en la tragedia. Un optimismo de lo óptimo posible.

Manrique escribe en el siglo XV, o sea, en los estertores del Medievo, y Leibniz entre el siglo XVII y XVIII, en tiempos ya del racionalismo. Sin embargo les hermana la serenidad de sentirse engranajes de un orden divino. Para el español los sucesos históricos o personales existen dentro de una voluntad divina, y como tal hay que aceptarlos. Para el germánico, un Dios de precisión matemática ha tenido que prever otros mundos, y si ha elegido éste es porque es el mejor; incluso lo malo tiene un propósito. Por ejemplo, si morimos es para que otros vivan y que pueda seguir la vida.

Para ambos no hay nada que temer en este mundo, todo tiene un sentido; al final todo estará bien.

Esta calma que viene de sentir el abrazo divino se entiende también en la concepción del viaje. En la historia de la literatura universal es ya un lugar común la idea de viaje físico como metáfora del viaje existencial que es el vivir. La vida como camino, o como río, que trascurre entre vicisitudes y tormentos, con Ítaca esperando, o con el mar que el es morir, pero se entiende que en ambos casos se ha llegado tras un proceso de crecimiento, y que el abrazo a Penélope o el cristiano pasar a un lugar mejor, son las culminaciones lógicas del viaje. 

(Ulises también habrá de morir, aunque no se nos cuente. Pero le imaginamos sabio y heroico, con barbas blancas, exhalando en su cama rodeado de hijos y nietos; vencedor, en suma. Sin el viaje de crecimiento igual esto no hubiera sido posible).

El padre de Manrique sin embargo ha hecho otro viaje distinto. Él también tuvo que enfrentarse a sus propios lestrigones y cíclopes, pero lo hizo dentro de un plan divino donde se sabía a salvo. El héroe griego viajó por el contrario en un mundo caótico en el que dioses iracundos juegan con los destinos humanos. No conoció la piedad de Dios, el amor divino hacia los hombres y sus debilidades. El viaje de Ulises sí da miedo porque sus dioses sólo respetan a los héroes, y es muy difícil serlo.

Si Ulises hubiera muerto cobardemente en su primera escaramuza Telémaco no hubiera podido escribir estas Coplas, porque no tendría la certeza de que su padre está en los cielos, sin sentir dolor, redimido. Es más, Telémaco, si superara la vergüenza de tener un padre poco heroico, temería que su progenitor siguiera de tormentos en algún averno para hombres fallidos.