15.8.21

El Barroco. Una visión de conjunto, de José María Valverde

 


De entre los honorables autores de fuente secundaria uno de los que más apreciamos es José María Valverde (1926-1996). Este poco rimbombante profesor barcelonés dejó mucho material escrito, y si bien no hay nada que se pueda estudiar como punto de inflexión en la historia del pensamiento universal, sus introducciones y análisis de los clásicos de la literatura y la filosofía, así como sus libros de contextualización histórica, están entre nuestras lecturas más agradecidas.

En un principio su obra completa iba a aparecer en cinco volúmenes en Trotta. Lastimosamente sólo han pasado a la imprenta cuatro de ellos, porque el quinto, que pretendía llamarse Intervenciones, no se ha publicado ni parece que lo vaya a hacer nunca por un pleito entre sus herederos.

De cualquier manera, los cuatro que sí tenemos son un placer para el intelecto. El primero, Poesía, reúne su obra poética completa, que es existencialmente católica y kierkegaardianamente marxista, muy en la línea de su tiempo. Los tres volúmenes siguientes agrupan por temas su obra académica. El segundo, Interlocutores, es un análisis de la obra de grandes autores clásicos: Goethe, Machado, Joyce,… (si tuviéramos que ejemplificar escuetamente el talento de Valverde señalaríamos que es un autor tan pedagógico que consigue hacer de Joyce no sólo un autor inteligible, sino hasta sugestivo). El tercero, Escenarios, se centra en sus estudios sobre estética, con Hegel al fondo de interlocutor. Y el cuarto, Historia de las mentalidades, nos trae sus estudios sobre historia de la filosofía y el arte (aquí se reedita su célebre Vida y muerte de las ideas. Pequeña historia del pensamiento occidental, que tan buena fortuna editorial ha tenido).

En este cuarto volumen es en el que encontramos su El Barroco, una visión de conjunto, que publicó originalmente en 1980 en la Biblioteca de divulgación de la Editorial Montesinos. Como es una obra generalista de consulta el autor evita utilizar un vocabulario enrevesado y no abusa de las citas. De hecho está redactado con el tono habitual de Valverde, al que no le gustaba escribir, pero como no le quedada otro remedio por imperativos laborales, lo hacía como a regañadientes, directo y sin relleno, lo que le hace paradójicamente claro y amable de leer.

El manual principia con el inevitable rastreo sobre el origen del término: “Barroco” era una palabra portuguesa que se refería a las perlas irregulares. Seguramente el nombre viene de ahí, pero lo que es seguro es que surgió como un insulto. Lo siguiente es averiguar a qué se pretendía despreciar. Aparece aquí la polémica en torno al Barroco que entretuvo a Eugenio d´Ors y J.A. Maravall. Para el primero Barroco es un “eon”, una fuerza espiritual, una voluntad que lucha por imponerse a través de la historia. Estaríamos entonces ante un estilo -en el sentido más amplio del término- que en parte seguiría vigente hoy. Para Maravall en cambio Barroco es el imaginario de un periodo histórico determinado y centrado en los países contra-reformistas.

Si bien la propuesta de d´Ors es atractiva, la que sigue Valverde -y nosotros con él- es la de Maravall.

Datar un período histórico es siempre problemático, y lo hacemos desde el escepticismo y asumiendo que las fechas son sólo boyas para orientarnos en los mares del tiempo. Valverde incluye una cronología final para enmarcar al Barroco que se inicia en el año 1540 con el Greco, los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola en 1542 y con la

convocatoria del Concilio de Trento en 1545. Esta misma cronología termina en 1767 con la publicación del Diccionario de la música de Rousseau y la muerte del pintor Tiépolo en 1770 (“en el siglo XVIII no se encuentra ya nada importante que llamar Barroco” dice Valverde en las primeras páginas).

Así que el período que vamos a estudiar se comprende, más o menos, desde el siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XVIII. Pero tampoco queremos reducirlo todo al historicismo extremo de hablar meramente de la “Era barroca”, donde las expresiones artísticas sean secundarias. Valverde cita a Benedetto Croce como ejemplo de autor que habla de Barroco meramente como época, no como arte, porque “lo que es barroco no es arte” sostenía el italiano.

El Barroco es para nosotros la expresión artística que prevaleció en los países católicos entre los siglos XVI y XVIII. Valverde no explicita una definición así, pero creemos que la suscribiría. Y como él tampoco nos atrevemos a hablar tan ligeramente de “Era Barroca” porque de hecho coincide con la consolidación del racionalismo en Europa. Resulta paradójico que un arte basado en la exuberancia y la desmesura triunfe precisamente en los albores del mundo moderno. También hay que resaltar que, salvo Baltasar Gracián, tal vez, no hay grandes obras filosóficas que se puedan etiquetar como barrocas.

Valverde explica este fenómeno e interpreta este estilo como una transición entre el “alto Renacimiento” y el Siglo de las luces, y si pudo existir cuando las élites económicas iban ya por otro camino es la prueba de que los cambios empiezan entre las minorías, mientras que el común de la gente sigue teniendo la mentalidad de sus antepasados. El Barroco era del pueblo; sería así un arte más popular y no de lo que hoy llamaríamos “alta cultura” (de hecho, tanto Valverde como los autores que referencia afirman que el Barroco fue hegemónico pero no único, convivió con estilos opuestos).

La estructura económica en la que se consolidó este estilo es el mercantilismo. El profesor barcelonés dedica un capítulo de su manual a esta contextualización. Insiste en él en que el Barroco es una transición entre “la expansión renacentista y la expansión dieciochesca”. Se descubre América y se abren rutas comerciales, pero los beneficios siguen siendo para minorías; el pueblo, como hemos dicho, sigue enraizado en la tradición.

El mercantilismo es una especie de “refeudalización” en el que cada nación lucha contra las demás por acumular oro y plata. A la larga lo que parece estar dando más fuerza a los reyes los acaba arruinando, y todo empieza a girar en torno a las deudas nacionales. Y aquí encontramos uno de los pocos momentos en los que Valverde se atreve a hablar de una mentalidad barroca generalizada, cuando afirma que el gusto por la abstracción está relacionada con un rechazo a la quebrada realidad económica, que causaba un malestar muy concreto.

En cuanto a lo teológico, la idea de un Dios único para la Cristiandad se había perdido en la época, pero el sustrato católico sigue sólido en sus territorios. En los países luteranos sí se ha producido un cambio que ha permeado todos los estratos sociales, pero allí el Barroco no cuajó si quiera como arte minoritario (en la Rusia ortodoxa sí, pero con su propia idiosincrasia).

En cuanto al estilo artístico, resulta difícil de definir en una serie de características y Valverde evita precisar. Justifica sus reticencias por la porosidad de las fechas y fronteras con otros estilos, como las que tiene con el manierismo o el rococó. Y lo que hace es analizar qué es el Barroco en las distintas formas de arte:

Sobre la pintura Valverde señala que el gran autor es por supuesto Velázquez, y que de hecho es tal cima que tras él hay retrocesos en cuanto a innovación se refiere. En general en la época se sacrifica la idea del centro óptico y en los márgenes de la pintura también hay focos de atención. Ya no hay, nos dice el profesor respaldándose en Arnold Hauser, la ingenuidad de creer que el cuadro refleja la realidad. El cartesianismo ambiental se traduce en la idea de que el artista transmite meramente su visión, aunque siguen existiendo presiones teológicas y políticas que impiden que se exagere esto como sucederá en el arte contemporáneo.

En la arquitectura es donde el Barroco alcanzará su mejor expresión, y sobre todo en Italia. Hay una versión un tanto extrema que es el rococó, pero por lo general el estilo barroco, aun siendo voluptuoso será más comedido. No hay grandes innovaciones técnicas desde el Renacimiento, aunque sí estilísticas. Y hay que resaltar que aunque la construcción de edificios siguiendo pautas barrocas desaparece, el mobiliario y la decoración típicamente barroca seguirá medianamente triunfante entre algunas minorías hasta el siglo XX.

Valverde no deja de ser un profesor de literatura, y le dedica a este género el estudio más profundo y extenso del manual. Destina dos capítulos al Siglo de Oro español. Aquí el término de “Barroco” no supone ningún dilema, cree que la literatura española de la época puede llevar esa definición sin ningún tipo de problema, siempre que no olvide que hubo una producción más clasicista y sobria en aquellos tiempos. Góngora es el gran exponente, junto con Quevedo. Ambos son herederos de la tradición católica, y los silogismos encubiertos y temas, aun secularizados, pueblan su obra. También se amplían recursos estilísticos y se juega con el idioma; Quevedo inventará palabras, por ejemplo. Cervantes, que aparece en muchas páginas si bien no queda claro que merezca el calificativo de barroco con el mismo entusiasmo que Góngora y Quevedo, recurre a unos juegos metaliterarios claramente barrocos. Sin embargo donde mejor trasluce el Barroco español es en el teatro, principalmente con Calderón, que representa la existencia como un teatro dentro del teatro, y cuya celebérrima sentencia de que “la vida es sueño, y los sueños sueños son” podría resumir el zeitgeist al que nos estamos refiriendo.

El Barroco, una visión de conjunto termina con un capítulo titulado “El Barroco en el pensamiento abstracto”, donde se incide en la cuestión de la naturaleza del Barroco. Se resalta que triunfa cuando la razón matemática empieza a convertirse en la koiné de su tiempo. Las últimas frases del libro dicen: “El pensamiento teórico, pues, ha representado, en la entraña de la época barroca, su elemento desbarroquizador con exigencia de otra época, el reinado de la Razón”.

Creemos que así se resume la tesis de este manual: Hay un período que podemos llamar Barroco, con un tipo de arte que tuvo esplendor, pero que no representaba las inquietudes de las minorías intelectuales y de la incipiente burguesía, que buscaba otro tipo de imaginario más proclive a sus intereses. Este tipo de pensamiento racionalista acabó prevaleciendo y enterró al Barroco, que se desvaneció cuando se generalizó la expansión económica del siglo XVIII.