24.3.22

La innovación metafísica de Ortega, de Antonio Rodríguez Huéscar

 

Necesitamos guías para comprender a la mayoría de los grandes filósofos. Porque luce mucho decir que nos hemos iniciado en la disciplina leyendo, por ejemplo, a Aristóteles o a Hegel directamente, sin intermediarios, como luce asegurar que hemos escalado el Everest en una noche. Luce, sin duda, pero es necesariamente mentira. O peor, quien lo afirma puede creer realmente que está diciendo la verdad, aunque lo más probable es que no haya entendido de los clásicos ni una décima parte de lo que cree haber entendido, como seguramente lo que consideraba el Everest era una colina de Arganda vista bajo un prisma etílico.

Porque los grandes filósofos están enclavados en un contexto demasiado distante, y sin un mapeo conceptual previo muchas de sus propuestas nos resultan ininteligibles. U otras veces pueden ser obtusos, por no decir que exhiben una prosa tan deficiente que avergonzaría a un bachiller, y necesitamos que alguien nos explique lo que el supuesto genio de la filosofía pretendía estar diciendo. 

Con don José Ortega y Gasset no pasa nada de esto. Es próximo a nosotros en lo histórico y lo geográfico, y sus inquietudes nos suenan familiares. En cuanto su accesibilidad, es demasiada; paradójicamente tanta transparencia confunde. Escribe tan bien que nos mecemos en sus páginas, disfrutamos de sus libros como la mejor de las literaturas, y entonces corremos el riesgo de perder de vista de que por debajo de tanta frase felizmente cincelada hay una honda filosofía retándonos.

¿Qué es filosofía?, por ejemplo, que contiene unas conferencias de finales de los años veinte, es de una belleza expresiva tal que podemos no ver que es realmente una propuesta metafísica fundacional.  Es por ello posible y recomendable saborear crudo este libro, pero tampoco está mal recurrir a un autor amigo que nos oriente y nos descubra los sabores que por nuestra cuenta no percibiríamos.

De entre los discípulos favoritos de Ortega destacaba Antonio Rodríguez Huéscar. Sus pocos libros y artículos son en su mayoría introducciones y comentarios a la obra de su maestro. No es un autor muy conocido, pero ayuda como nadie a iluminar la riqueza del corpus orteguiano.

En La innovación metafísica de Ortega. Crítica y superación del idealismo nos presenta la metafísica subyacente en distintos libros del filósofo madrileño, pero sobre todo se centra en ¿Qué es filosofía?, que, nos advierte Huéscar, bien podría haberse titulado “¿Qué es la metafísica?”. Porque la intención aquí es construir una nueva metafísica frente a la idea del ser, y que se vertebre desde la vida y las categorías de la vida humana.

Huéscar nos numera las cinco categorías de la vida (1. “absoluto acontecimiento”, 2. Encuentro, 3. Actualidad, 4. Presencia, y 5. Acto de presencia) y explica por qué frente a los griegos, a la fenomenología, a Heidegger y a prácticamente todo el legado filosófico occidental, hay que construir una metafísica sobre la bendita obviedad de esa realidad radical que es la vida humana.      

El potencial de una nueva metafísica mucho más implicada en la biología parece aportar nuevos horizontes de pensamiento en unos tiempos en los que la ingeniería genética está preparando el siguiente paso evolutivo de la especie humana (somos conscientes de la que “vida” en Ortega no es meramente biológica, pero es innegable que también es biológica). Y desde luego el mundo en el que existimos es el de la vida, al tal concepto llamado “ser” no se le ha visto por ningún sitio. Y el dasein, ese artefacto poético de traducción tan discutida, puede servir para alimentar a inúmeros académicos, pero no para construir un proyecto liberador en el que implicar al ser humano.

Lo que nos queda tras leer tanto ¿Qué es filosofía? como el libro de Huéscar es aire melancólico. No podemos dejar de pensar que si Ortega hubiera nacido en otras latitudes sería el filósofo más celebrado del siglo XX, y que sobre todo las sendas que abrió para la disciplina no hubieran quedado oscurecidas inexploradas.

1.3.22

Transcrepuscular, de Jordi Pastor

 

Voy atesorando años y manías, que son la base de lo que se ha venido a llamar madurez, y con ello se reduce el campo de mis intereses intelectuales. O sea, que cada vez me importan menos cosas. Los comics, por ejemplo, que alguna vez me atrajeron algo, ahora podrían desaparecer súbitamente de la faz de la tierra y yo no perdería ni un minuto de sueño. (Tampoco me preocupa la semántica, por cierto, y seguiré llamando comic a lo que se supone que son novelas gráficas).

 

Por casualidad, o por designios del Señor Oscuro, llegó a mis manos el comic Transcrepuscular de Jordi Pastor, que es la adaptación de la novela homónima de Emilio Bueso. Leí la novela en su momento porque se anunciaba como una obra magnífica dentro de la ciencia ficción patria, pero podría decir que sólo me resultó curiosa.

El comic sí me ha impresionado, sacándome así del confort de mis prejuicios.

El Transcrepuscular de Emilio Bueso en la primera parte de una trilogía llamada Los ojos bizcos del sol (no he leído las siguientes entregas). El género al que pertenece es el biopunk, que es un subgénero del ciberpunk, que ya es en sí mismo un subgénero dentro de la ciencia ficción. En el biopunk lo que se refleja son las consecuencias hipotéticas de la biotecnología y la ingeniería genética, o sea, lo qué sucedería en una sociedad donde los seres vivos se pudieran modificar genéticamente, o incluso se pudieran crear nuevas especies. En Transcrepuscular, cuya acción se sitúa en un planeta imaginario, la gente lleva caracoles inteligentes en el hombro a modo de computador, o vuela en libélulas gigantes. Hay referencias a nuestro mundo, así que imagino que en algún momento de la segunda o tercera parte se dirá que todo aquello fue consecuencia de experimentos en la Tierra o algo así.

El planeta de la novela no gira sobre sí mismo, y tiene un lado desértico quemado por el sol y otro en permanente noche gélida. Sólo se puede vivir en el anillo de su ecuador, y sus protagonistas tienen que hacer un viaje por él en busca de unas reliquias robadas. Por supuesto en su odisea se van encontrando con otros personajes a cada cual más insólito.

 

Leí una entrevista con Emilio Bueso en Jotdown y me pareció bastante decepcionante. Es el clásico escritor español que va de rebelde y marginal, pero se preocupa de no decir nada que pueda salirse del kitsch. “Soy ateo radical y hago crítica social”. Pues eso. Tampoco en cuestiones de ciencia, que se supone que es lo suyo porque es ingeniero de profesión, dice nada que no hubiéramos oído antes. Que si hay que cuidar el medio ambiente, que sí hay riesgo de que se acabe el petróleo. Con todo el respeto hacia este buen señor de Castellón, a diferencia de grandes de la ciencia ficción como William Gibson o Frank Herbert, no parece que haya sustancia intelectual debajo de su indudable imaginación literaria.

Pero sin duda ha sabido crear un universo de ficción que da en teclas adecuadas.

El comic de Jordi Pastor, que es realmente de lo que quiero hablar, es más o menos la misma historia. Pero con refuerzo visual. Muy bien ilustrado. Todo bastante más potente.

Hay un personaje llamado el Trapo, y que es literalmente un trapo pero también un simbionte, o sea un ser que necesita de otro ser para vivir, que es inolvidablemente horrible dibujado por Pastor. Pasa de la mano de un ciego a la pata de un escorpión gigante sin dejar de ser mezquino y maquiavélico en todo momento, como una metáfora de lo peor de la política.

Luego tenemos a los protagonistas, el guerrero y la regidora, con sus caracoles siempre pegados al cuerpo, que se supone que son guías para ir por el mundo y que les hablan y les dan información, pero vemos que más bien son parásitos estúpidos que deshumanizan a sus portadores, y que cuando éstos se los quitan se vuelven personas más listas y conscientes (¿estamos hablando de los móviles y demás instrumentos tecnológicos que se han convertido en extensiones de nuestros cuerpos?).

Todos los paisajes que vemos son viscosos y amorfos, como si estuviéramos en las entrañas de un animal, y la convivencia humana parece adulterada por órdenes sociales crueles y limitantes (sólo en los refugios neutrales, donde no hay autoridad reconocida, reina la concordia).

El comic de Transcrepuscular, como los relatos de Lovecraft, parece hablarnos de monstruos y situaciones bizarras pero, de alguna manera retorcida, recuerda demasiado a nuestro día a día en la España del 2022.