19.10.16

Humor y muerte

(Imagen: wikipedia)

En la enfermería de Kaligath, Calcuta, los pacientes llegan muchas veces ya sin posibilidades.  Alguien los ha recogido en las calles y llevado allí para que mueran tranquilos, perdiéndose en la oscuridad cósmica sin que nadie parezca recordar habérselos cruzado jamás. Casi siempre expiran silenciosamente, sin molestar a nadie, entre los vocacionales cuidados de las Hermanas y de los muchos voluntarios internacionales que éstas convocan, sobre todo en vacaciones.

El recinto es grande, con docenas de camas enfiladas en tres hileras, con dos pasillos entremedias. No hay separación, todo es abierto. Huele a intestinos, sudor y desinfectante. Cuando uno de los pacientes expira se le cubre con una sábana y se imposta la normalidad. Todos seguimos con nuestra rutina de atenciones y limitadas conversaciones anglobengalíes. A veces las autoridades tardan mucho en venir a retirar los cuerpos, y hay que seguir durante horas pretendiendo que no tenemos un cadáver en la sala (cadáver que anuncia, claro, el futuro próximo de la mayoría de los presentes).

Un día un leproso expiró justo a la hora del almuerzo. Lo tapamos, y con sonrisas forzadas nos pusimos a repartir la comida. Por mucho que fingiéramos todos estábamos incómodos. Igual es un exceso maniático, pero a los pacientes se les hace extraño comer al lado de un muerto.  Como aquello no estaba funcionando el almuerzo amenazaba con eternizarse, o simplemente suprimirse.

Philip, un voluntario francés, decidió distendernos. Se fue hacia la cama del muerto, se inclinó y, exagerando su acento, le ofreció un planto: “Monsieur…do you want a tasty dish of rice?…monsieur…oh la lá…why don´t you answer?...oh la lá…you are so rude, monsieur!” Y dio media vuelta gesticulando indignación.

Todos rieron, hasta la monja al cargo, y eso es mucho decir.

¿Qué sucedió en ese momento?¿Cómo pudimos ser tan irreverentes? Un sentimiento de culpa me ha reverberado durante mucho tiempo.

Henri Bergson tiene un ensayo llamado La risa donde dice que solo nos reímos en dos condiciones: una, cuando hemos suspendido nuestras emociones y moralidad, y vemos al Otro como a un objeto; y dos, cuando estamos en grupo, porque la risa tiene significación social. Ambos casos se daban, claro. Podríamos añadir que para el humor macabro necesitamos una tercera condición: miedo real ante la muerte y sus absurdos.

14.10.16

Crónica de un aplastamiento: Jack Henry Abbott

http://www.thesmokinggun.com

Le dije hace tiempo que no conozco otro camino. Nadie, sisiquiera 
usted, aunque usted es quien más se ha aproximado y eso, en sí, es un hecho patético, me ha tendido una mano para ayudarme a ser un hombre mejor. Nadie.

Jack Henry Abbott nació en 1944. Fue hijo de un soldado americano y de una prostituta china. Creció en distintos hogares de acogida, donde nunca llegó a integrarse, y a los dieciséis años fue enviado a un reformatorio. Con dieciocho años trató de cobrar un cheque sin fondos y lo encarcelaron. A los veintiuno mató a golpes a otro preso y recibió una condena de 19 años. Intentó fugarse y pasó casi un lustro en una celda de asilamiento. En 1977 inició una correspondencia con Norman Mailer que acabaría recopilándose como el libro En el vientre de la bestia. Cartas desde la prisión. El éxito editorial y la presión de Mailer ayudaron a que consiguiera la condicional en 1981. Después de un mes en la calle, y tras una discusión, mató a un joven. Volvió a prisión, donde se suicidaría en el 2002.  

Sólo había vivido 12 semanas de su vida adulta en libertad.
 
Su libro queda como testimonio de una vida aplastada. La cartas son más bien aullidos donde desgrana lo que es la prisión, el aniquilamiento del individuo, el sadismo de los guardianes, las palizas, las castas y traiciones de los propios presos. Describe lo que es sobreponerse al aislamiento sensorial, al abuso constante, a las drogas disfrazadas de tranquilizantes que le obligan a tragar.
 
Abbott es capaz contarlo. Su escritura es poderosa. En los cinco años que se pasó en aislamiento sólo podía tener contacto una vez al mes con su hermana, que le facilitaba libros seleccionados por un librero amigo. Abbott lo leyó todo y se nota: clásicos de la literatura, Hegel, existencialistas, Russell, poesía y Marx. Sobre todo a Marx. Con él analiza todo el sufrimiento y la opresión que le rodea. Desde su celda imagina un mundo donde los pobres y humillados de las periferias caen justicieros sobre los poderosos. Abbott ha forjado sus ideas revolucionarias a partir del dolor y el daño inflingido a su carne y a sus nervios durante una vida entre rejas (Mailer). La conciencia política le mantiene vivo, con mente de acero.
 
En otras cartas deja claro que quiere entender al Hombre, tiene una necesidad casi infantil de sentir emociones positivas. No he tenido contacto corporal con otro ser humano en casi veinte años excepto la lucha, en actos de violencia. No cree en Dios y carece de una visión purificadora de la muerte, ni todo el horror que ha vivido le lleva al alivio de cierto sentido religioso. Abbot no hace las paces. Jamás he aceptado que soy responsable de lo que me ha ocurrido. El adoctrinamiento en esa creencia nunca ha tenido éxito conmigo. Esa es la única razón de que haya pasado tanto tiempo en la cárcel.

En el vientre de la bestia no se lee impunemente. Como Abbott hay millones de personas encerradas hasta incapacitarlas para la vida en el exterior. Gente cuyo delito inicial fue la pobreza: no pudieron pagar su libertad y el Estado los convirtió en criminales. Es la intrahistoria de los sumideros del planeta.


13.10.16

Poder pastoral y Estado del bienestar


Henry Kamen anda diciendo por ahí que la economía española está creciendo no a pesar de que carecemos de gobierno, sino gracias a ello. La gente está moviendo su dinero precisamente porque no hay una administración pelmaza promulgando normativas que nadie entiende y desacelerando así la prosperidad económica, que es lo que el Cotarro acostumbra a hacer de vez en cuando por si la cosa va demasiado bien y hay cambios estructurales que descoyunten así el juego de poderes que se han montado.

El storytelling  oligárquico en España insiste mucho en que sin ellos descenderíamos al averno y nos comeríamos a los ancianos para merendar. Por ello están estoicamente obligados a defender el capitalismo de Estado en el que vivimos, donde el aparato estatal controla directamente el 48% del PIB. Es decir, es una economía abandonada a las prebendas y compadreos entre empresarios y políticos, con un anemiado sector financiero internacional que no llega al 5%.

(Paradógicamente las corporaciones financieras globalizazadas que nos quieren presentar como amenazas a nuestra calidad de vida son de hecho marginales en el horizonte económico nacional; los que realmente juegan con nuestras existencias lo hacen desde despachos oficiales. Aquí nuestras carteras dependen de Rajoy y Florentino Pérez, no de Bill Gates o George Soros; es la situación que hasta Marx consideraba el peor escenario posible: la fusión del poder estatal y el económico).

Se nos dice que es necesario el intervencionismo estatal para que exista el llamado Estado del Bienestar, lo que en parte puede ser cierto, pero se nos miente al justificar así el intervencionismo a priori. Puede entenderse que el Estado cobre impuestos sobre los beneficios del mercado, o sea que intervenga a posteriori para así financiar hospitales y escuelas, pero es inadmisible que se nos traten de convencer de que es necesario que el Estado usurpe de entrada el papel de principal agente económico. La seguridad y protección social de la ciudadanía no requiere que los políticos decidan quién hace negocios y cómo, o peor, que los hagan ellos mismos.

El ejemplo más claro es Irlanda, que aparece en prácticamente todas las listas como el país de economía más liberalizada del mundo y que sin embargo tiene un Estado del Bienestar a la altura del de los escandinavos, como podemos dar razón los miles y miles de españoles que hemos tenido la fortuna de vivir ahí y de disfrutar de sus seguros para el desempleo y ausencia de burocracias varias.

Que las gentes menos favorecidas tengan el respaldo de sus conciudadanos está fuera de duda, que nadie deba de preocuparse por las tarifas del médico a la hora de acudir a él también. Lo que es deleznable es que eso se convierta en la justificación para medrar en todos los ámbitos de la vida social, y que además tengamos que estar agradecidos por ello.

Michel Foucault analizó lo que es el poder y sus argumentos legitimadores. De todas las formas que describió tal vez el más inquietante es el “Poder pastoral” que aparece en El sujeto y el poder, que es la manera que tiene el Estado moderno de incorporar las funciones que antes eran propias de las iglesias. Ahora el Estado es “pastoral”: se preocupa por todos nosotros y la salvación  de nuestras almas ciudadanas; además va un paso más adelante, ya que con su infinita misericordia va a encargarse también de que no pasemos hambre ni frío, e incluso va a proteger nuestros sentimientos en caso de que alguien los hiera. Por supuesto solo nos pide una contrapartida, que le entreguemos nuestra libertad con una sonrisa de agradecimiento.

12.10.16

Planeta de ciudades basura, de Mike Davis


Se nos dice que la mayoría de la población mundial vive en ciudades, pero no se nos explica que “ciudad” está entendido es su sentido más amplio, incluyendo las periferias hiperdegradadas de los países subdesarrollados. El slum* es la realidad en la que viven más de mil millones de personas en todo el planeta. Son océanos de infraviviendas que crecen en torno a los centros urbanos, hechas de material desechado, sin planificación ni servicios, sin autoridad estatal, a veces violentos y siempre insalubres. Pueden cobijar a unos centenares de personas, como en Europa, o a millones, como en Kenia. Sus habitantes están excluidos del bienestar, pero no necesariamente del Sistema. Muchos trabajan, pero sus sueldos no les permiten pagar el transporte, por lo que tienen que buscar alojamiento cerca de sus empleos; en el Sur, allí donde hay bonanza económica -zonas financieras, centro comerciales,…- crecen los asentamientos a una distancia prudencial, para que los friegaplatos y conserjes puedan ser puntales sin tener que pagarles en autobús.

En vastas regiones del globo es la forma urbana predominante, el equivalente de la marcha a la ciudad que caracterizó la modernidad europea. Sin embargo el slum no es muy tratado en círculos intelectuales e inexistente en la cultura de masas. Visitarlo una vez en la vida o, por lo menos, ser conscientes de su existencia es necesario para entender en mundo en el que vivimos.

Mike Davis publicó en España Planeta de ciudades miseria, que los expertos en la materia consideran flojo, pero que a los que no lo somos nos sirve como impagable introducción al tema. Davis se aproxima aquí a la características generales del slum y pronostica que será el escenario geopolítico del futuro.

En este libro se explica que ha crecido paulatinamente en los últimos años ante la desidia de los gobiernos afectados, que no han sabido o querido atajar estos lugares caóticos donde las enfermedades se expanden con facilidad y cualquier manifestación de la Naturaleza supone desastres humanitarios, ya que la construcción de infraviviendas se tolera porque se hace precisamente donde el terreno no vale nada por inhabitable: colinas con desprendimientos, en torno a ríos con crecidas, tierra fangosa, proximidad antihigiénica a vertederos…

También se niega cualquier conato de idealización anarquizante. En efecto, la autoridad estatal no existe en el slum (“la policía sólo entra para cobrar sus sobornos”) pero esto no ha generado autogobierno ni sentimiento comunitario. Priman las bandas y el abuso del menos débil contra el más débil. Las ONG occidentales son nefastas por canalizar la escasez de medios hacia el clientelismo y sólo las diversas sectas religiosas hacen las veces de sociedad civil.

A la vez se produce, al estar todo tan relacionado con la concentración de riqueza, un status quo de guerra no declarada en la que la minoría opulenta vive aterrorizada en condominios ultravigilados y la mayoría pauperizada reconcentra un odio que explota en distintas formas de violencia. De haber un proletariado en el sentido marxista existe aquí.

Podemos no querer ver el slum, hasta que caiga sobre nuestras cabezas.

La desalentadora dialéctica de zonas de seguridad contra lugares urbanos demoníacos nos lleva a una oscilación siniestra e incesante: noche tras noche helicópteros de combate acechan enemigos desconocidos en las estrechas calles de barrios miserables, arrojando fuego sobre chabolas o coches que huyen. Por la mañana la miseria replica con suicidas que provocan grandes explosiones. Si el imperio puede desplegar las tecnologías represivas de las que habla Orwell, sus oponentes tienen a los dioses del caos de su parte.

Davis termina así Planeta de ciudades miseria, anunciando la nueva expresión de la lucha de clases.

En una entrevista posterior pone de ejemplo ilustrativo la película Black Hawk Derribado. En ella se cuenta la derrota real sufrida por un comando de élite estadounidense en Somalia. Con toda la superioridad de su parte, son vencidos cuando los habitantes del slum convierten la ciudad en un avispero.

*En español tenemos docenas de voces que lo nombran -ranchos, chabola, invasiones, barriadas, poblados…- pero su acepciones varían demasiado según los países, a veces son específicos de la realidad nacional y con frecuencia se refieren a las construcciones individuales pero no a su conjunto, o al urbanismo pero no a la estructuras. Así que por abreviar, y porque el término inglés es universal, unívoco y se refiere a la casa, su ubicación y al concepto, recurrimos a él: SLUM.


10.10.16

Biopoder y depilación


El Biopoder está disponible en cremas, píldoras y aerosoles.
Tiqqun

En Asfixia de Chuck Palahniuk hay un momento en que una loca sale corriendo desnuda, y al describir su vagina totalmente depilada, el narrador sugiere que le recuerda “una ranura por la que pasar la tarjeta de crédito”. No es baladí la metáfora económico-consumista.  Caitlin Moran en Cómo ser mujer abomina de la modas rasuratorias. Cuando hace cuentas de lo que hay que gastarse en cremas y otras vainas afirma que “por fin han conseguido que las mujeres tengamos que pagar por tener coño”. Luego se pone a recordar cómo empezó todo, y explica que fue muy rápido, que en los años noventa lo normal era la peludez, pero que con el nuevo siglo, en poco más de un año, ir completamente lampiña se convirtió en un imperativo social.

El fenómeno es fascinante. Es prácticamente imposible encontrar ya un matojo de los de toda la vida –eso ahora es vintage-, todas las mujeres han pasado por el aro. Y si todavía queda alguna hippie vergonzante, por lo menos se lo reduce hasta casi invisibilizarlo.  Luego además hay derivados de esto. Si los labios vaginales quedan demasiado sobreexpuestos, o sea poco infantiles, ya hay cirugía para recortarlos. Si el ano se desvela como poco chic, hay operaciones de blanqueo.

¿Bajo qué clase de poder molecular vivimos que puede meterse a decidir hasta lo que hacemos con nuestros bajos? O sea, los vendedores de cosméticos se reúnen, hacen estudios sobre cómo sacar más dinero, y deciden que van a convencer a las mujeres que tener pelo es sucio y poco fashionista. Y si solo fuera eso las mujeres podrían utilizar maquinillas eléctricas, que lo rebajan hasta el mínimo, pero no. Eso no es suficiente; necesitan abrasarse, hacerse cortes, echarse cremas, que salgan granitos: comprar en suma los carísimos productos salvíficos que ellos venden.

Cuando ya han conseguido que las mujeres tengan cuerpos inorgánicos, perfectos y onerosos constructos, la conjura de los vendedores de cosméticos se frota las manos, y decide ampliar mercado apuntando hacia los hombres. Como el ideal del macho alfa despreocupado y oloroso no es proclive a mirarse al espejo y derrochar en su cuerpo, deciden crear un nuevo ideal. “Mediante el uso de imágenes de la subcultura homosexual masculina, la publicidad comienza a exhibir el cuerpo masculino según su mito propio de la belleza”, ya advertía en los años ochenta Naomi Wolf en El mito de la belleza, cuando el “metrosexual” se estaba todavía configurando.

Así que ahora los hombres también. Entrar en un vestuario masculino produce desconcierto ¿cómo puede un varón rasurar y muscular su cuerpo hasta transformarlo en una versión más grande del Ken de Barbie?¿qué clase de hombre se depila las cejas como Ronaldo y no piensa que pierde su dignidad instantáneamente?

Lo peor es que si ahora los de los cosméticos calculan que van a ganar más dinero revirtiendo la moda, lo harán sin que esto suponga una vuelta a la naturalidad. Por ejemplo hasta hace poco se llevaban las cejas femeninas prácticamente inexistentes. Cuando la tendencia fue de nuevo tenerlas frondosas, miles de mujeres tuvieron que ir a implantarse pelo, ya que tras tanto tiempo quitándoselo dejó de salir. Por supuesto los implantes salían a miles de euros (o sea, que seguramente alguien algún día pronto hará fortuna repoblando las cejas de millones de canis futboleros de extrarradio español).

Vivimos en una era extraña.

3.10.16

Futuro primitivo, de John Zerzan


John Zerzan (n.1943) es un teórico anarquista norteamericano cuyos postulados contra la tecnología y a favor del anarco-primitivismo pueden parecer maximalistas y un tanto absurdos. Y de hecho lo son; pero sus análisis del mundo en el que vivimos son sin embargo brillantes y merecen ser leídos. Es un autor que tiene su público, sobre todo en Estados Unidos, y se considera que fue el referente intelectual del Bloque Negro que protagonizó los disturbios de Seattle en 1999.

A raíz de la relevancia que tuvo por este hecho se tradujo a nuestro idioma Futuro primitivo, texto publicado originalmente en 1994, y del que hay dos ediciones españolas fácilmente hallables en la red. Una de ellas (retitulada El Malestar en el tiempo) tiene un antílogo, o sea un prólogo crítico, del recientemente fallecido Gustavo Bueno, que consideró que una forma de homenaje a Zerzan era presentarle una “beligerancia sistemática”.

Futuro primitivo se forma de varios ensayos, uno homónimo y tres o cuatro más, dependiendo de la edición. Como dice Bueno, los textos huyen del discurso filosófico y se acercan sin complejos al panfleto, lo que les dan accesibilidad. Zerzan tenía por entonces el aura de intelectual marginal que vivía humildemente en Eugene (Oregón) con trabajos mal pagados y leyendo y escribiendo en sus ratos libres. Se nota que hay más de intuiciones y vivencias que de innúmeras horas de lecturas universitarias en sus escritos, lo que se agradece.

“Futuro primitivo” es el más famoso de sus escritos, no necesariamente el mejor, donde propone lo que será una constante en su obra, la anticivilización. Para Zerzan hubo algo que se perdió en el tránsito del paleolítico al neolítico. Seres humanos con una inteligencia igual a la nuestra vivieron durante miles y miles de años en grupos nómadas de cazadores recolectores, sin jerarquías, ni propiedad, ni desigualdades entre sexos; sin embargo la aparición de la agricultura hizo que hubiera especialización en el trabajo, los chamanes se convirtieron en jefes y apareció la cultura simbólica; o sea que se inició lo que hoy llamamos civilización, que realmente ha sido recientísima  -solo 2500 años-  y ocupa solo el 1% de la historia del ser humano en el planeta, ya que los primeros restos del homo sapiens datan de hace casi 200 000 años. La conclusión es que es antinatural que vivamos en ciudades, con tecnología y clases sociales, desarraigados de la Naturaleza. Pero el reverso no es fácil ni deseable. Zerzan tampoco se acaba de creer que la solución sea irnos a vivir a las montañas para vivir de la caza. Él de hecho vive en una ciudad y usa gafas graduadas. La intención parece más bien que va por una reivindicación estética de lo feral y una búsqueda de formas de organización más libres, menos jerárquicas y libertarias. La meditación que hay de fondo sin embargo sobre la condición humana y la cuestión de cómo seríamos sin lenguaje simbólico, o sea del paso de la Naturaleza a la Historia, es interesante y poco explorado en la historia del pensamiento occidental.

Los tres ensayos restantes –en la edición de Ikusager, la de Bueno- son análisis del mundo actual, y sin duda al no arrojar propuestas descomedidas son más dignas de una valoración pormenorizada.

El primero es “Piscología de las masas desdichadas”,  donde plantea una corrección a Marx: no es la miseria material la que conducirá la revolución sino el sufrimiento psíquico el que finalmente hará que la gente explote. Zerzan muestra un panorama bastante verosímil de la sociedad estadounidense, extrapolable a cualquier otro país occidental, donde la psiquiatrización de la sociedad mediante antidepresivos es lo único que puede contener unos índices de suicidio elevadísimos y unas tasas de enfermedades mentales que afectan a grandes sectores de la población. El texto subvierte muchos de los postulados marxistas sobre la conciencia revolucionaria para encontrar un nuevo sujeto revolucionario, las masas desdichadas. Habrá revolución porque esta civilización nos separa de la Naturaleza, nos aísla de la comunidad y no es capaz de darnos un sentido existencial.  Gustavo Bueno le reprocha aquí su “estipe teológica”, ya que el hombre no ha venido aquí ni a ser feliz ni infeliz. De cualquier manera este razonamiento no serviría para desarticular llegado el caso a las masas desdichadas en acción, ya que no se sentirían invalidadas por este razonamiento.

Le sigue “Tonalidad y totalidad”, que es un estudio contra la música en general, omnipresente en nuestras vidas, cosificadora y alienante, y sobre todo a la tonalidad occidental, que limita las posibilidades expresivas de la expresión musical. Zerzan despliega conocimientos de melómano y a veces el profano se puede perder. Pero la idea general está clara: el tipo de música que se hace hoy es mediocre y serial, y solo sirve para manipular nuestras emociones y ocultarnos que no somos más que peones en un engranaje que se ha salido de todo control.

Al último de los ensayos “El malestar en el tiempo”, Gustavo Bueno le reprende que  a pesar de ser una reflexión sobre el tiempo no se cite a Heidegger o a Bergson. Sin embargo eso hace seguramente que no se convierta en un ladrillo y se pueda leer de un tirón aun siendo denso filosóficamente. Aquí Zerzan explica que el tiempo se empezó a medir por la agricultura y para gestionar los pagos, y luego San Agustín lo hizo lineal. Desde entonces la medida del tiempo se perfeccionó hasta el presente, que vivimos una vida estructurada por el segundero.  Por supuesto sin relojes no habría sistema industrial y las posibilidades humanas se ampliarían.

Hay dos ensayos que hubieran complementado muy bien esta edición, pero sin embargo aparecieron en la antología Cultura del apocalipsis, junto con apologías satánicas y teorías conspiranoicas, algo que desmerece a Zerzan, que al no cobrar ni registrar sus obras se queda sin derecho a decidir quién le publica. Se trata de “Contra el arte” y “La agricultura, motor maligno de la civilización”. Ambos tienen títulos tan específicos que casi no hace falta explicar su contenido. El primero sigue un poco las ideas del autor contra la música, resaltando que durante un millón de años los hombres no crearon arte, y que sólo lo empezaron a hacer con fines alienantes, como todo forma de lenguaje simbólico. El segundo busca un pivote sobre el que hacer descansar el mito de la caída original del hombre. En este caso es la agricultura, con la que para él  todo se echó a perder (así como en otros autores es la presa hidráulica la que inició la división de poderes). Este ensayo, como todo trabajo que busca explicación en tiempos remotos, no es más que especulación, pero está muy bien elaborada.