Probablemente
Óscar Amador Vicente ha leído a los filósofos del Realismo Especulativo o Nuevo
Nihilismo, tan en boga desde que fueran citados como los inspiradores de la
exitosa serie televisiva True detective. Si lo ha hecho, fabuloso; querría decir que
ha aprehendido estas teorías que consideran que el género de terror es el mejor
medio para expresar la sinrazón de todo.
Si no, pues mejor aún, significaría que este escritor madrileño es capaz
de intuir por dónde van las corrientes del género y que ha captado los miedos y
lenguajes del zeitgeist.
Thomas
Ligotti es el más accesible de estos nuevos nihilistas y su gran ensayo La conspiración contra la especie humana
es una lectura imprescindible para cartografiar la exasperación del nihilismo
moderno en general, y la literatura de terror contemporáneo en particular. Hay
una parte en la que describe la esencia del género y lo llama la “perversión
ontológica”, que es cuando aparece algo que no debería ser, pero es. Más
inquietante que cualquier monstruo, vampiro o sacamantecas es la paradoja
“hecha carne”, lo que no tiene lógica en un contorno al que le correspondería
tenerla. Las gasolineras que no son lo que parecen, los viajeros que no
tendrían que desplazarse en esa carretera, los barcos que no son detectados
por ningún radar…todas esas constantes de la narrativa de Amador que irrumpen
en sus cuentos son la perversión ontológica de la que habla Ligotti, los
elementos turbadores que nunca olvidaremos.
Es
raro encontrar en estos relatos a varios protagonistas. Lo suyo son más bien
historias en las que uno o dos personajes están inmersos en una situación que
les supera, que no controlan, y que finalmente les devora siempre que no consigan
pactar una débil e insignificante tregua. Personajes arrojados a una
inconmensurable soledad desde la que hacen frente a la hostil existencia. O
sea, pura literatura de terror (o suspense, o fantasía, como quiera que lo
llamemos) en su mejor variante, esa que entre cadáveres, neblinas y viejas
puertas chirriantes nos habla de cómo es la condición humana.
El
pesimismo antropológico que caracteriza los textos es evidente, pero va más
allá de minusvalorar a los hombres como meros homúnculos incapaces de sobrevivir.
Estos no solo sufren, es que además nunca entienden la razón última de sus
desdichas. Al contrario que toda la tradición científica occidental, que cree
que al final podemos conocer el orden del mundo, para Amador no hay un por qué,
no hay explicación lenitiva, nada tiene sentido. Desconfía de la razón humana y
todo queda en una especie de eterno retorno de absurdo y muerte. Encontramos a
sus protagonistas atrapados en una vivencia inquietante y les dejamos
encadenamos en una desasosegante. O si el cuento tiene un final más grato
conseguirán retornar a la inquietud, pero lo que ninguna vez veremos es un
nuevo amanecer redentor.
El
pesimismo es literalmente cósmico. No parece que una variante de seres humanos
mejores, más sabios o incluso inmortales fuera a mejorar las circunstancias. El
ser humano es solo un epígono de lo real y por ello es incluso inocente, de ahí
que veamos cómo a menudo cuenta con la piedad de narrador. El verdadero
problema es el Cosmos, ese gran todo de vacío y polvo donde es imposible
enraizarse, del que hemos sido desgajados por nuestra conciencia
antinaturalmente desarrollada: nunca podremos encajar del todo y sin embargo
estamos inhabilitados para escapar. Es la fatalidad de haber nacido, seguida de
la imposibilidad de que el suicidio subsane el hecho de que hemos venido a este
mundo.
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