El marxismo es una corriente filosófica una tanto peculiar, ya que a
pesar de estar concebida, o así se supone, para liberar al pueblo
trabajador, se ha esforzado muy poco en llegar a ser inteligible para
él; más bien se ha limitado a ser una especie de saber arcano solo apto
para avezados. Y es que como sabemos hay muchos intelectuales marxistas,
algunos muy célebres, casi todos portadores de una nueva visión
presuntamente definitiva; pero lo que hay son pocos marxistas
pedagógicos, esos capaces de destilar conocimiento para un público
general.
Nosotros vamos a reseñar a dos de estos excepcionales
divulgadores, autores de sendos manuales que durante décadas han sido
obra de cabecera de todos los estudiantes que se iniciaban en el
marxismo. Uno es Principio de Elementales y Fundamentales de Filosofía de George Politzer[1], y el otro es Los conceptos elementales del materialismo histórico de Marta Harnecker[2].
El primero es un libro envuelto un halo de heroísmo y martirio. George Politzer
(1903-1942) escapó de Hungría en 1919 tras el fracaso de la revolución
comunista y se exilió en Francia, donde se vinculó a la Universidad
Obrera de París, que fue un intento de crear un conjunto de textos de
introducción al marxismo asequibles a los trabajadores concienciados.
Durante la Segunda Guerra Mundial se unió a la Resistencia y por ello
fue fusilado. Las últimas palabras que le espetó a sus ejecutores
fueron: “¡Yo os fusilo a vosotros!”
Los Principios se
publicaron en 1949, siete años después de su muerte. Lo forman dos
libros, el primero son las notas de clase que recopilaron sus alumnos;
el segundo un texto ampliamente reescrito por Maurice Caveing y Guy
Besse, que sin embargo eligieron homenajear a su maestro dejando que
apareciera como autor único. El éxito de la obra fue apabullante y marcó
una manera de entender el materialismo dialéctico en Europa Occidental
que se acabaría convirtiendo en hegemónico, y como tal, por supuesto,
merecedor de ser derribado por la siguiente generación.
Las
teorías que Politzer expone son ciertamente inflexibles. El autor
recorre la historia de la filosofía con vehemencia. Y sin embargo su
honestidad y claridad expositiva, así como la riqueza de sus ejemplos,
convierten a este manual ortodoxo en una inapreciable puerta de entrada
al corpus marxista. Inicia estableciendo la distinción entre los
idealismos y materialismos morales y filosóficos. Siendo, obviamente, el
idealismo filosófico el enemigo a desenmascarar. Lo ejemplariza en la
obra del obispo irlandés George Berkeley (1685-1735), tal vez el más
extremo de los idealistas, que sostenía que la materia solo era real
cuando era percibida. Luego Hume y Kant, a los que llama agnósticos,
serán sentenciados con una cita de Lenin en el siguiente capítulo, ya
que intentan establecer puentes entre el idealismo y el materialismo.
Pero el materialismo es la “explicación científica del universo”, por lo
que cualquier intento de contradecirlo o matizarlo es anticientífico.
Su historia se remonta al pensamiento griego, y culmina en Marx y
Engels, con grandes filósofos silenciados entre medias por la tradición
idealista, como Holbach y Helvetius.
El idealismo surge
como un mal menor ante los límites del conocimiento humano. Y deriva en
la religión, que es la consagración de la irracionalidad. Según avanza
el conocimiento se van derribando los límites al conocimiento, y el
materialismo revela una realidad que cada vez se puede explicar mejor
científicamente. Al final, cuando el ser humano comprenda su existencia,
no hará falta, obviamente, la religión y el idealismo será
definitivamente desenmascarado.
El materialismo histórico
es estudiado en el quinto capítulo de la primera parte. Se explica con
la sencillez (o simplicidad) habitual y la base bibliográfica son
exclusivamente Marx y Engels. Politzer empieza desengañando al lector:
la mera existencia del cerebro no garantiza que haya un pensamiento
autónomo. Lo que hace que sea posible es el hecho del “ser social”, y
éste viene determinado por las condiciones materiales de la existencia.
Vivimos en un régimen capitalista que en consecuencia es el que
determina nuestro pensamiento. Hay burgueses y proletarios, que tienen
conciencia de tales por el hecho de vivir a diario en condiciones muy
diferentes. O sea, que el capitalismo engendra automáticamente dos
conciencias antagónicas que se enfrentarán irremediablemente en la lucha
de clases, que es el motor de la Historia.
Ante la
repetición acrítica de tal dislate marxista, no podemos evitar volver a
mirar la fecha de redacción de estos textos. Politzer fue coetáneo de
Gramsci y Lukács, y al menos al segundo sí pudo haberle conocido, ya que
Historia y conciencia de clase se publicó en 1923. Sin duda la
ortodoxia de Politzer, o mera cerrazón, le impidió incorporar a estos
teóricos del siglo XX, que ya venían poniendo en duda la idea de que la
conciencia revolucionaria surge necesariamente en situaciones de
explotación.
El grueso de la obra empero se centra en el
materialismo dialéctico como método de conocimiento. Hay referencias a
Hegel, que es valorado teórico de la dialéctica, pero no pasa de ser un
autor idealista superado por Marx; Heráclito sí es visto con simpatía.
Como hemos dicho, la segunda parte del libro fue reescrito ampliamente
por dos seguidores de Politzer, y se nota, ya que se vuelve sobre el
materialismo dialéctico en el último tercio para darle una aproximación
más profunda. Aun así sigue habiendo una inexorabilidad hacia la
revolución y la dictadura del proletariado que tampoco se entiende muy
bien. La dialéctica se sigue casi como una cuestión de fe.
El otro libro de pedagogía marxista que queremos comentar es el de Marta Harnecker
(n. 1937). Se trata de una autora chilena de origen austriaco que se
inició en política a través del grupo de Acción Católica Universitaria
de Santiago. Muy vinculada de joven al castrismo, y ahora al chavismo,
vive entre Cuba, Venezuela y Canadá, de donde es su marido. El primer
capítulo de los Conceptos elementales es una entrevista
bastante informativa sobre su trayectoria intelectual. Se interesó por
el marxismo debido a las continuas críticas que recibía en los círculos
católicos, quiso conocer a sus adversarios. Su primera aproximación fue a
través del manual de Politzer, pero éste “lo único que logró fue
acentuar mis aprehensiones contra el marxismo por la forma esquemática y
simplista con que aborda los principales problemas filosóficos”[3] (Y sin embargo la vocación pedagógica de ambos les hace autores paralelos).
Formada
como psicóloga, no fue hasta que se fue becada a Francia que descubrió
al estructuralista Louis Althusser, que le demostró que Marx, lejos de
ser un autor superado, era de hecho “infrautilizado”, que el marxismo
tenía todavía ángulos e interpretaciones que estaban a la espera de ser
trabajados. Junto con el interesantísimo Nikos Poulantzas (1936-1979) se
convirtió en uno de los referentes del marxismo estructuralista.
Uno
de las bases de esta recuperación de Marx por parte de los Althusser y
sus discípulos es el llamado “antihumanismo”, que Harnecker explica en
este libro. Dice que no hay que olvidar que es una antihumanismo
“teórico”, que por supuesto ningún marxista puede ser nunca
antihumanista práctico. Pero el humanismo tradicional se ha dedicado a
hablar del hombre en abstracto, y Marx lo que quiere es defender al
hombre real entendiendo las leyes que determinan sus existencias; no es
la conciencia, la libertad, o la naturaleza humana lo que inquieta a
Marx, son las fuerza productivas. Para salvar al hombre hay que
olvidarse de su idealización y analizar lo que le constriñe.
Luego
cuenta una anécdota bastante diciente de esta postura: Cuando Althusser
descubrió que en Polonia los intelectuales se dedicaban a estudiar a
Maritain, Mounier y otros autores que tratan de escudriñar la condición
humana, se indignó, porque la tarea de los marxistas es hablar sobre los
problemas del socialismo, no sobre el hombre, “tema sobre el cual la
Iglesia Católica tenía una ventaja de siglos”.
Volviendo a Los conceptos elementales del materialismo histórico, se trata de un manual mucho más completo y trabajado que el Politzer, pero de igual éxito y aceptación. Los Conceptos se
ha leído mucho, sobre todo en América Latina, y ha marcado un hito
difícilmente superable. Hoy se lee más como una curiosidad que como un
manual de acción política, pero sigue siendo una buena introducción al
marxismo de segunda mitad del siglo XX, o más específicamente, del
marxismo de los años setenta.
Tiene doce capítulos
divididos en tres partes: I) La estructural social, II) Las clases
sociales, y III) La teoría marxista de la Historia. Cada capítulo acaba
con un resumen y un pequeño cuestionario para asegurarse de que se ha
entendido la lectura. Ciertamente se lee bien y sirve para entender
muchas constantes del pensamiento actual, ya que es estructuralismo
marxista tiene hoy una larga sombra. Pero lo que en Politzer parecía
ingenuo en Harnecker resulta un poco turbio, si se quiere decir así. La
autora chilena tiene muy buena formación y la bibliografía que maneja es
más amplia; por ello no tiene disculpa. Hay en todo ese antihumanismo
del que hace gala algo de sádico. Atrapa al ser humano en una serie de
infraestructuras y procedimientos donde no parece haber salida posible;
el hombre ha perdido toda capacidad de repuesta y su conciencia, si la
tuviera, es mecánica, lejos de ser tornasolada y sorprendente, como
puede sabemos que puede llegar a ser. Se echa de menos a un Ortega,
recordando que el hombre actúa por “razones líricas”.
De
cualquier manera, la parte que más nos interesa es la tercera, donde
desarrolla la teoría marxista de la Historia. Aquí encontramos, en no
más de treinta páginas, una buena exposición del tema, que tampoco fue
muy tratado como tal por Marx.
Empieza remitiéndose a
Hegel, que fue el primero en ver que había principios de inteligibilidad
entre las distintas épocas, en lugar de solo fechas, batallas y
personajes decisivos. Hay móviles que actúan bajo la superficie conocida
de la Historia. Pero el siguiente paso que da Hegel, etiquetar estos
móviles como “Espíritu”, es idealismo. Ahí es donde Marx y Engels le dan
la vuelta, ellos ven evolucionismo materialista donde Hegel veía
evolucionismo espiritualista.
La cuestión esencial del
materialismo histórico marxista es el estudio científico de los modos de
producción. Cada uno de estos modos tiene una problemática que genera
una realidad singular llamada “formación social”, por supuesto no tiene
sentido estudiar ésta obviando el modo de producción que la engendró;
sería estudiar la consecuencia y no la causa.
Harnecker
considera, empero, que el materialismo histórico tiene que estar abierto
a repensarse, ya que como toda ciencia que no innova, puede llegar a
estancarse. Aunque por supuesto dice que eso no quiere decir que toda
novedad sea buena, e invita a mantenerse alerta frente a los
revisionistas. La innovación vendría más bien de considerar los puntos
aportados por Marx como “piedras angulares” que habría que desarrollar.
El
libro se cierra con la cuestión del hombre, tan importante en una
discípula de Althusser. Y hemos visto que el marxismo estructuralista no
pretende ser una anti humanismo. Pero eso nos lleva a preguntarnos
dónde queda el hombre de carne y hueso entre tantas determinaciones
estructurales.
La autora chilena recurre a citas de Lenin
para subrayar que las leyes científicas del materialismo histórico para
nada abocan a la pasividad de los seres humanos, ya que estos son los
protagonistas de la Historia, son los que lo hacen; simplemente están
determinados por sus posibilidades materiales. Y sin embargo un hombre
solo difícilmente puede hacer nada políticamente relevante. Sus acciones
solo tienen repercusión dentro de la lógica de la lucha de clases. Aquí
el texto vuelve sobre Lenin y un ejemplo bastante ilustrativo que da:
el cura Gapón tenía conciencia y capacidad de liderazgo, pero solo hizo
algo importante cuando consiguió movilizar a los trabajadores ante el
Palacio del Zar en 1905; les recibieron descargas de fusiles porque
todavía no era la coyuntura justa para provocar una insurrección
general.
Los dos principales defectos en los que puede
caer el materialismo histórico son el economicismo y el voluntarismo. El
primero puede llevar a una simplificación excesiva, que derivaría en la
teoría del “espontaneísmo social”: considerar que las infraestructuras
originas automáticamente la conciencia de clase sin que medie la acción
previa de un partido de vanguardia política. El segundo es lo que Lenin
llamaba la enfermedad infantil del comunismo; es un subjetivismo tal
que lleva a pensar que basta con desear la revolución para que ésta se
realice; se caracteriza además por su individualismo, falta de
organización y su incapacidad para entender que las posibles etapas de
la revolución.
La parte del materialismo histórico se
cierra, y con ella el libro, resaltando la importancia de las masas y su
organización, esto es lo que llevará al socialismo al poder y lo más
importante es educarlas para la acción política.
[1] Politzer, George. Principio de Elementales y Fundamentales de Filosofía. Editorial Alba, Madrid, 1997
[2] Harnecker, Marta. Los conceptos elementales del materialismo histórico. Siglo XXI Editores, Madrid, 1984
[3] Op cit pág 16
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