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Francisco Umbral nunca dijo ser otra cosa que un arribista que
buscaba canapés gratis y dormitar con baronesas. Eso le hace auténtico.
Las mil y pico páginas de su antología Hojas de Madrid
son empero apabullantes. La obra gira, evidentemente, en torno a Madrid
y a “la sed de mujer”. Es una suerte de autobiografía involuntaria (la
selección de textos se hizo por la editorial tras su muerte) del joven
de provincias que viene a Madrid a buscar la gloria literaria y, tras
pasar por la bohemia, triunfa como cronista de los altos salones del
Poder. No sobra ni falta ni un adjetivo y los textos funcionan con la
precisión mecánica de un reloj. Es magnífico, todo un ejemplo a seguir
en su cuidado del estilo, la claridad y el respeto al lector. La voz
narrativa es el yo, un yo que duda y habla con autoironía; prevalecen
sus elaboradas descripciones de personas y lugares, y lo acertado del
relato de una época.
De entre todos los libros que forman este opus es especialmente significativo La noche que llegué al Café Gijón.
Muy bien escrito, narra las peripecias de un joven provinciano en busca
de mujeres y gloria literaria (que vienen a ser lo mismo). Se
intercalan unos apuntes sobre literatura, o contra la literatura,
bastante interesantes. Umbral aboga por el “escritor sin género”, por
libros sin argumento, espontáneos; la novela le parece un género
lastrado por la “prótesis”, que serían esos esquemas argumentales y tropos de los que se abusa hasta el hastío.
Umbral
emerge como el mejor, junto con Josep Pla, de los “escritores sin
género” patrios. Otros serían González Ruano, su maestro y al que
supera, Corpus Barga, Cansinos Assens, Julio Camba… todos autores
fenomenales más o menos rescatados y cuyos libros hablan de la vida
española de su tiempo, aunque siguen siendo actuales hoy. Son libros que
se leen con gozo, y solo tenemos que releer cada página por regodearnos
en su talento, no porque no los hemos entendido nada y necesitamos
examinar cada letra en busca de un mensaje arcano que no han tenido a
bien explicitar (pienso en Murakami y otros cantamañanas por el estilo).
Umbral
y sus pares nos dan conversación en un café de Madrid; nos hacen ver
los contornos de nuestras vidas, que no son gran cosa y huelen derrota y
carajillo, pero por los menos son nuestras vidas, y sabiéndolo hasta
podemos darlos el gusto de naufragar con estilo.
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