Tal vez llevemos como país una década caminando al borde del abismo
y sencillamente esperamos un último golpe de viento que nos despeñe.
Pero nadie negará que el nivel intelectual ha subido mucho, que ahora
hay combates dialécticos de altura, y que no es raro encontrarse fuera
de los círculos académicos gente con buenas lecturas y una capacidad
argumentativa bien armada.
En la cuestión
televisiva, por ejemplo, es de justicia reconocer lo mucho que ha
mejorado todo. Los que ya vamos teniendo algunos años recordamos el
monopolio estatal durante el felipismo o la telebasura con Aznar. Antes
era una televisión muy mala y unidireccional. Hace unos años, por
ejemplificar, el intento de resucitar La Clave volcó al
Parlamento en contra y tuvo que ser retirado de la parrilla, aunque era
de hecho un programa muchísimo menos crítico que cualquier tertulia o
programa de investigación actual.
Así que cuando
ahora vemos debates bien llevados, interesantes y divulgativos, no
podemos dejar de felicitarnos. Vamos hacia la hecatombe, desde luego,
pero ni los bizantinos divagaban con tanto estilo bajo los asedios
turcos.
En La Tuerka, programa que casi siempre
resulta sustancioso aunque su presentador habitual nos provoque reflujos
biliares, hubo una mesa redonda a propósito del feminismo y la
pornografía. Las opiniones fueron por lo general todas enriquecedoras.
Las cuatro invitadas eran las apropiadas y no daba la sensación de que
ninguna fuera solo una profesional más de la opinadera mediática.
Dicho esto, haremos dos matizaciones:
Una.
Monedero
fue esta vez el encargado de dirigir la vaina. Menos chupacámaras que
el otro señor, dejó hablar y a penas intervino. Hay que decir que
afortunadamente, porque cuando lo hizo estuvo poco acertado.
Especialmente
significativo fue cuando en el minuto 34:50 se dirige a Amarna Miller.
Ella es una actriz de cine para adultos y militante feminista, que en
todo momento del programa ha estado dejando claro que sabe de qué habla,
que trabaja en el negocio y que tiene cabeza para conceptualizar. Sin
embargo, cuando Monedero se dirige a ella lo hace en plan mansplained. El término es difícil de traducir y lo puso en circulación la estadounidense Rebecca Solnit. Su libro Los hombres me explican cosas
es brillante y ya está en nuestro idioma. Allí cuenta que una vez
asistió a una fiesta y conoció a un tipo que le empezó a pontificar con
paternalismo sobre un libro que ella misma había escrito, y eso a pesar
de que le advirtieron de que ella era la autora. Cuando finalmente
el señor cayó en la cuenta de que estaba hablando con la propia
escritora del libro, tampoco se amilanó y siguió con la matraca,
soberbio y aprovechando, como dice Solnit, que las mujeres están
habituadas a callar y asumir que no saben nada.
En
la Tuerka vemos que la actriz afirma que ella es dueña de su cuerpo y
que hace lo quiere con él y que rueda porno porque le da la gana.
Monedero, condescendiente y con aires frailunos, le explica, despacito
para que lo entienda, que no, que eso es como vender un riñón (!?). Tal
tontería desconcierta a Armanda Miller, que educadamente le dice que la
comparación no viene a cuento. Monero, impasible, sigue con su
cantinela. Mansplained en vivo.
(El
fenómeno -si se me permite el aparte- es común en Madrid. Pero
paradójicamente lo es entre los hombres pretendidamente feministas, esos
que no quieren cosificar las mujeres y otras cosas sucias. Lo que
Solnit no trata, y que seguramente juega un papel importante, es la
impostura que hay en negar el interés sexual y cómo éste deriva en mansplained. Hay
un tonillo pedagógico, como de hermano mayor o de profesor, que los
hombres utilizan con las mujeres atractivas que sin duda tiene algo de
sublimación. Monedero habla a la actriz porno, objetivamente guapa, como
si él estuviera por encima de sexo, como si pudiera domeñar el deseo.
Son hombres que consideran vergonzante "sexualizar" a las mujeres, pero
no hablarles como si fueran bobitas. )
Dos
En
el minuto 26,30 se da una situación que es común en todo este tipo de
debates feministas. Una de las tertulianas, generalmente la de más edad,
cita el sexo anal como una forma de degradar sexualmente a las mujeres y
le sigue un silencio incomodísmo que nadie se atreve a romper. Aquí la
cara de póker de Amarna Miller es antológica. La parrafada, a cargo de
Beatriz Gimeno, es normativa moralmente. Dice que es un acto sexual
“poco feminista”, que muchas mujeres no quieren hacerlo y que no es la
manera de iniciarse en el sexo. Lo que conlleva necesariamente que a las
que les gusta son unas taradas que afrentan a su género. La profesora
dice que según encuestas hay muchas adolescentes que se ven obligadas a
hacerlo. Lo que resulta estremecedor; pero no por el acto en cuestión,
que nadie debería juzgar, sino porque hoy puedan existir jóvenes que se
sientan forzadas a hacer algo que no quieren hacer para mantener a sus
novios. Que en esta era de liberaciones haya chicas todavía tan
condicionadas por el discurso amatorio-romántico es lo aberrante. Igual
en lugar de estos neo puritanismos que se siguen mentiendo en la cama de
las personas, lo que tendría que pensar el feminismo es si el culto a
la pareja de nuestra sociedad no es una mutación progre del imperativo
matrimonial católico de toda la vida.
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