Wilhelm Dilthey (1833-1911) fue un filósofo alemán
que tuvo cierto prestigio en su momento, aunque hoy no es excesivamente
bien valorado. Escribió mucho, pero nunca un libro brillante e
imprescindible de esos que hay que tener en la mesilla de noche. Tiene,
eso sí, en su Teoría de las clasificaciones del mundo, una catalogación de los filósofos en tres cosmovisiones que todavía conserva, creemos, cierta vigencia.
Para él hay filósofos “naturalistas”, que serían, por ejemplo y entre otros, los helénicos o Hume, y su tema sería la moral, la felicidad, y el saber vivir en general. Hay un segundo tipo, a los que ubica en el “idealismo de la libertad”, y que estarían orientados hacia la teoría del conocimiento, en el qué puedo saber, cómo pienso, la relación entre la matería y el Espítitu y otras cosas así, como si lo que me rodea es real o no, y qué hago yo en el centro del mundo; aquí encontraríamos a Platón, San Agustín, Kant y -aunque Dilthey no los menciona por ser una escuela posterior- a los fenomenólogos. Luego hay un tercer y último grupo de filósofos, los del “idealismo objetivo”, y estos serían los interesados por el mundo exterior, en desentrañar los devenires históricos y las relaciones del individuo con sus contextos sociopolíticos; un paradigma de esta cosmovisión, claro, sería Hegel.
El
primer grupo se nos presenta como fundamental en sus aportaciones a la
sociedad; es necesario que haya pensadores que reflexionen sobre
cuestiones éticas, o sobre el amor, el sentido de la vida y cómo pasar
por la tierra haciendo el menor mal posible a nuestros semejantes. El
tercer grupo también es importante; aunque las ciencias sociales se
hayan especializado, sigue siendo vital que haya filósofos que nos
expliquen cómo es vivir en épocas de confusión y a qué se debe esa
confusión, o si existe el progreso o el porqué de las guerras o si la
Historia avanza de alguna manera.
Lo que no acaba de cuadrar es el
segundo grupo. Desde que la ciencia es capaz de explicarnos mediante
métodos tan fiables como la falsación -o sea, prueba y error- la
relación entre mente y cerebro, o cómo percibimos lo que nos circunda, o
cómo se construye nuestra personalidad y cosas por el estilo ¿qué
finalidad tiene que los filósofos sigan tratando de explicar mediante
lenguaje metafísico cuestiones de neurociencia o física, algo que
evidentemente les sobrepasa? Se trata de un arcaísmo, pero sobre todo de
un no saber cuándo estás de más en un sitio.
Un
ejemplo. Encuentro en un libro de divulgación científica un dato
curioso: cada año las máquinas que escanean el cerebro dublican su
capacidad. A partir de ahí nos surgen dos inquietudes.
La primera es que si hay máquinas que pueden ya cartografíar el cerebro humano, ¿qué tienen que aportar los fenomenólogos y filósofos varios del “idealismo de la libertad”sobre el tema? Es decir, un científico con un chisme que decodifica las regiones del cerebro y nos indica en cuáles habita el habla, la conciencia, los sueños y hasta los impulsos sexuales tiene credibilidad, más que desde luego pensadores contemporáneos -pero en muchos aspectos premodernos- que todavía hablan de un mundo de ideas desde el que nos descargamos los pensamientos, o un Espíritu que mora vete tú a saber dónde, o que si las cosas existen es solo porque se nos aparecen y para entenderlas hay que ponerlas entre paréntesis obviando todo lo demás.
Antes de que hubiera ciencia se entiende que los filósofos tuvieran que explicar estas cosas, pero ahora ya no tiene sentido.
La
segunda cuestión que nos desazona a propósito de la información
científica mencionada se relaciona con las respuestas que nos darían los
filósofos “naturalistas” y los del “idealismo objetivo”, que como hemos
dicho, sí son relevantes. Es inevitable preguntarles a qué clase de
civilización hemos llegado cuando un aparato de tecnología puntera,
complejísmo, capaz de ver nuestras neuronas, se convierte en
prehistórico en menos de diez años ¿Cómo es vivir en una sociedad basada
en la velocidad?¿podemos salirnos de ella o merecería la pena hacerlo
?¿qué cambios políticos genera un avance tecnológico tan abrumador?¿cómo
podría la tecnología librarnos del trabajo? Etc. O sea, cuestiones que
sí son legítimamente filosóficas.
La filosofía por lo general no
pinta nada y se la saca gradualmente de los ámbitos más relevantes de la
cotidaneidad. Sus defesores suelen argumentar que es porque incomoda al
poder, pero para decir eso hay que tener, como suele suceder con los
filósofos, un sentido sobredimensionado de la propia importancia.
Sencillamente hay demasiados filósofos que se han metido a lidiar con
temas que ya no son los suyos y se han hecho así innecesarios. Pero si
se limitaran a pensar sobre la vida y a acompañar a la realidad en sus
vericuetos, volverían a ser una voz digna de ser escuchada.
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