12.7.18

La monserga



El diccionario de la RAE define “monserga” como: 1. Lenguaje confuso y embrollado 2. Exposición o petición fastidiosa o pesada.


Entonces, según esto, la inmensa mayoría de las argumentaciones que se hacen en el mundo de las humanidades europeas son monsergas. No hay libro o conferencia, lección universitaria o conversación cultureta, en la que no se recurra a jerigonza críptica y a salmodias catastrofistas. Todo está fatal, nos dicen, vamos al abismo, y donde antes había cordialidad y amor, hoy solo hay individualismo y consumismo.


(No hace falta ser Freud para entender que estos alarmistas se refieren a su biografía personal trasvasada, cuando sus mamás les acunaban y les miraban solo a ellos -¡qué importante es esto último!-, porque para decir que la vida colectiva se ha deteriorado recientemente, que hace veinticinco o cincuenta años estábamos mejor y éramos más libres y solidarios que ahora, hay que tener serios problemas para discernir la realidad de los delirios. Es, sin duda, sintomático de un destete traumático, de añorar la suavidad de los polvos de talco en los ardorosos roces del pañal y el siempre tranquilizante olor de Nenuco sobre nuestras cabecitas.)


Fernando Savater los llama  “enmendadores del mundo”; proyectan sobre el horizonte común las grisuras de su ánima y todo se les antoja digno de imputación . Elías Canetti habla de la persona “malaventura”, que desestima a los hombres y siempre busca pruebas que los incriminen; nunca es tan feliz como en las desgracias colectivas, que certifican por todo lo grande su pesimismo antropológico.


Por supuesto, si todo está perdido de antemano, la coartada para la inacción está garantizada (o como dicen más estilosamente los postmodernos, “no hay escapatoria”).


Es el pensamiento de la posición fetal. En la cama, encogido, protegiéndose la cabeza con la manos, lloran y exclaman con gritos casi dadaístas que qué actualidad tan horrible, que si el neoliberalismo malvado, que si, a lo Foucault, mi vecino es mi carcelero y la modernidad una inquisición con zapatillas de marca.


Y así encontramos la multiplicación exponencial de la monserga. Está en todas partes, infiltrada en todo texto, en toda frase, en cada sílaba. Una moralización inhabilitante que no ofrece alternativas, sólo reproche (Es sin embargo bueno para la conciencia; permite quejarse y anatemizar sin despeinarse).


Como tanta bilis acaba oliendo, la monserga retuerce su sintaxis para disimular; se cubre con un caparazón de lenguaje entre poético y técnico, así como teología paganizada. Los tomistas frailunos que prometían el cielo y advertían sobre el infierno ahora tienen cátedras de sociología y escriben en Le monde. Siguen resentidos, siguen ininteligibles. Cuando rascas, eso sí, tras su escolástica materialista no hay nada. Son fieles a sus prejuicios, no a la realidad.


La monserga solo es resentimiento y banalidad envueltas en palabras tan estériles como absurdamente prestigiadas.  Por eso, lastimosamente, para entender el presente y las posibilidades de liberación que éste ofrece es inútil recurrir a sus dominios. Por eso acabamos leyendo a sociólogos o divulgadores científicos norteamericanos, que ciertamente carecen de la retórica metafísica de los humanistas europeos, pero tienen al menos el detalle de hablarnos de lo que sucede en el mundo, no se limitan a mostrarnos sus pañales sucios.

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