El
filósofo Estanislao Zuleta (1935-1990) era muy dado a ilustrar sus lecciones
utilizando como base novelas clásicas. Así surgieron Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica, que es un libro
clásico del pensamiento colombiano. O El
Quijote, un nuevo sentido de la aventura, que es una excelente introducción
tanto a la obra cervantina como a las teorías literarias del siglo XX.
Otro
de sus libros en esta línea es La
propiedad, el matrimonio y la muerte en Tolstoi, que lastimosamente ha
gozado de mala suerte editorial, ya que no ha vuelto a reeditarse desde 1992,
pero que también es un estudio accesible y divulgativo que merece una lectura
diligente.
Tras
una introducción de Óscar Espinosa un tanto apresurada pero que contextualiza
bien, vienen dos capítulos breves, ya de Zuleta. El primero sobre Tolstoi y su
visión del arte, y el segundo sobre la institución del matrimonio en Anna
Karenina. Ambos textos son transcripciones de sendas charlas. Como es habitual
en la obra zuletiana, algo se pierde en la traslación y lo que seguramente fue
una exposición oral brillante se desinfla un poco al pasar a negro sobre
blanco. Pesa además la excesiva y ubicua primacía de la interpretación
psicoanalítica (en los últimos años el propio filósofo lamentará haberse excedido
en el uso de este enfoque en su estudio sobre la novela La infancia legendaria de Ramiro Cruz, y seguramente hubiera
reconocido lo mismo sobre estos textos).
Pero
la parte más sustanciosa de La propiedad,
el matrimonio y la muerte en Tolstoi es la más extensa, la que dedica a La muerte de Ivan Illich de Tolstoi.
Este clásico de la literatura universal ejemplifica como pocos el aserto de
Richard Rorty de que la muerte es un tema demasiado complejo para dejárselo a
los filósofos, y que muchas veces los poetas y novelistas se han sabido acercar
con mucha más perspicacia al tema.
Como
es sabido, Tolstoi nos cuenta las últimas semanas de vida de un funcionario
ruso del siglo XIX, el Ivan Illich del título, que entre descomposiciones y
dolores se muere de una enfermedad no explicitada. Su familia y amigos se
comportan como todos nos comportamos ante cualquier fallecimiento: con miedo,
sin estar a la altura, y aferrándose a las realidades artificiosas que la
sociedad ha creado. Illich se casó sin mucha convicción, y sin mucha convicción
siguió casado y tuvo hijos. Una carambola política le llevó a tener un buen
puesto en la judicatura. El consuelo religioso fue muy fugaz para él y sus
últimos días de agonía son terribles e inhumanos. Tolstoi nos deja claro que no
hay dignidad en morirse y que es un sinsentido quejarse.
El novelista describe la Rusia zarista del siglo XIX, o sea el auge de cierta burguesía nacida
al calor del mercantilismo y la burocracia moderna conviviendo con campesinos
analfabetos. Illich es un “moderno” que
como tal no sabe morir en paz porque carece de sabiduría telúrica; por el
contrario su criado es retratado como un hombre sencillo que al aceptar
dócilmente su destino, tanto terrenal como celestial, no teme ni a la vida ni a
la muerte.
Tolstoi,
con ese cristianismo místico propio de quien no ha conocido la pobreza y se
permite idealizarla, parece indicarnos que el siervo es el ejemplo que tenemos
que seguir. Zuleta, que era un marxista de familia rica y tradicionalista, al
hilo de esta cuestión también defiende la simplicidad del que muere sin
rechistar. Añade que los filósofos también enseñan a morir estoicamente, lo que
por cierto es bastante discutible.
Zuleta
analiza los roles sociales y la vivencia de la muerte en la novela. Para él los
ritos burgueses ahuyentan el miedo al fallecimiento, pero al precio de privar de
cierta espontaneidad a la existencia. Lo que seguramente es verdad, pero quizá
esta novela no es tan unilateral. Por ejemplo, se nos informa, como hemos
dicho, de que Illich se casa por costumbre; cuando su mujer resulta ser
insoportable, sin embargo, no coge todo el dinero, se va a otro país y la
abandona en miseria; sigue con ella y lucha por mejorar la vida de ambos. Si no
fuera por los condicionamientos sociales igual se hubiera desentendido de la
suerte de su esposa.
El
pensador caleño también dice que los ritos funerarios descritos en la novela,
con todo lo que tienen de artificiosidad, son una manera de los burgueses de
mitigar lo que ellos sienten como la gran injusticia que comete la muerte con
ellos: la expropiación de sus cuerpos. Como tienen mentalidad capitalista, nos
dice, los personajes de La muerte de Ivan
Illich consideran que su deceso es un atropello a sus derechos porque
atenta contra esa propiedad privada que es el cuerpo propio.
Se
supone que esta visión tendría que inspirarnos lástima o perplejidad, pero la
verdad es que terminamos el estudio pensando que no hay un planteamiento más
apropiado ante la muerte como éste que la ve como una injerencia arbitraria y
despótica sobre nuestros negocios (Zuleta, por otro lado, no explicita cómo
sería una muerte auténticamente digna y proletaria).
La propiedad, el matrimonio
y la muerte en Tolstoi
no es en definitiva el mejor libro de Estanislao Zuleta, pero resulta un buen
acompañamiento a la hora de leer el libro que reseña, y además siempre enriquecedor
pelearse con pensadores de la talla del filósofo colombiano.
2 comentarios:
Cuando leí por primera vez la muerte de Ivan I. Me sorprendió la conciencia de que se moría, que llego a tener el protagonista,pero reconocí como algo que me es familiar,ese leve y continuo separarse del mundo que he visto en pacientes terminales.Llevo unos meses despidiéndome de gente muy querida, y no les he visto hacer ese balance,mas bien antes de entregarse, de rendirse, se afanan por seguir llevando las riendas de su cuerpo, negando la mayor.Asu alrededor nos hemos quedado sin ritos y buscamos que le hubiera gustado al difunto como si eso no diera ya igual.
Lo de malcasarse parece una condena que solo mitiga el sentido de responsabilidad, y si en el caso de Tolstoi fue una guerra sin cuartel y en de Zulueta puro escarnio,habrá que buscar otras opciones mas divertidas
Buscare el libro seguro que es fácil de leer y ameno
Me ha encantado el acompañar los merodeos entorno a un muerto querido, que suponen este articulo y el de Gomez Davila. Muchas gracias por esta forma escrita de estar ahí.
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