Escucho una vez más
la canción del grupo manchego Surfin bichos, Gente abollada. Habla de personas cerrando bares, solitarias y adictas, bordeando la locura. El estribillo dice “gente
abollada, luces en la ciudad”, y se intercala entre descripciones de personajes concretos abatidos en lugares que huelen a orín y derrota.
Describe líricamente
una realidad y por ello amplia mi horizonte expresivo.
Más de una vez me
la he tarareado al ver por la mañana los residuos andantes de la noche madrileña.
Algo que sería imposible
en inglés. “Dented people, city lights”, dice mi traductor de Google.
Eso nunca que me hubiera emocionado, casi ninguna canción en un idioma que no
dominamos puede servir a nuestra formación sentimental.
La imposición de
canciones inglés hace que nos perdamos cierta poética que nos vendría bien. Los
cantantes podrían tener algo de educadores; ayudarnos a poner en palabras lo
que pensamos, lo que vemos, lo que nos duele. En Estados Unidos y Reino Unido
sucede, pero allí escuchan las canciones en su idioma.
Además es grotesco.
Guachu guachu. Nuestras abuelas eran esos seres ridículos que caminaban con
velas en procesión recitando el rosario. Nosotros los que íbamos a homilías
rockeras a gritar guachu guachu, ¡guachuuuu!
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