Harold Brodkey fue un
célebre escritor norteamericano que murió de Sida en 1996. Narró sus dos últimos
años de vida en Esta salvaje oscuridad. La historia de mi muerte, que
Anagrama tradujo al español en el 2001.
Éste es uno de esos libros
de no ficción imprevistos, escritos sobre la marcha al dictado de la realidad,
y que son un poco la intrahistoria de nuestro mundo. Suelen ser bastante más
interesantes, en mi opinión, que la mayoría de elaboradas ficciones, con sus
manidos tropos y sus conocidas tramas.
Brodkey descubre que
está enfermo en las primeras páginas y nos manifiesta su perplejidad, ya que no
había tenido devaneos sexuales de riesgo desde su juventud, y ahora es un
hombre en sus sesenta años, casado y con hijos, que se sentía a salvo porque no
esperaba que el virus apareciera después de tanto tiempo. Sin embargo aparece y
lo hace en un tiempo en la que todavía no había medicamentos eficaces contra el
virus.
Así que sin mucha
esperanza de curación, el escritor se siente arrastrado hacia la salvaje
oscuridad del título.
El libro es contenido;
no hay sabiduría estoica que ayude a afrontar la muerte, ni lirismo new age que
temple el drama. Tampoco abusa de las frases filosóficas en las que sería tan
fácil caer. Sencillamente Brodkey se muere y tiene miedo, pero su cuerpo se va
deteriorando y tampoco quiere seguir viviendo así.
Todo el trayecto lo hace
acompañado de su esposa Ellen, mujer/fortaleza a la que los lectores
compadecemos y queremos en su lucha.
Brodkey habla con el
médico, recibe resultados, su mujer hace lo que puede, de los amigos algunos
están a la altura y otros no, hay angustia y dolor, y al final aceptación. El
libro termina con su último aliento.
No hay mucho más que
decir de Esta salvaje oscuridad. Son ciento setenta y cinco páginas
escritas a matacaballo, con fragmentos inconexos y algunos sin desarrollo. Lo
normal para quién garrapatea en la cama de un hospital.
Pocos libros son tan descarnados como éste.
Pero releer ahora algo
tan testimonial de finales del siglo XX tiene algo de simbólico. Brodkey, que
es muy hijo de su tiempo, es consciente de que con él se muere toda una época.
Y quizá ahora, más de veinte años después, con el Covid, los populismos y la
crisis económica, ya nos enteramos por fin de que aquello está definitivamente
enterrado, que la muerte de la centuria pasada es completa y total.
(Por ejemplo Brodkey se
queja desde los optimistas años noventa de que casi no hay interés por el
pasado: También es una especie de locura el delirante anhelo de que el
futuro reemplace la noción de historia. Hoy en cambio vivimos en un eterno
presente que no hace más que mirar hacia un pasado petrificado y esquematizado
en luchas identitarias, con el futuro abolido. Así que igual ese zeitgeist de
progreso permanente y liberal que supo encapsular tan bien Fukuyama era
bastante mejor que presentismo de resentidos en el que vivimos hoy.)
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