La
filosofía no es buena de por sí, ni superior a ningún otro saber técnico.
Podría serlo, pero casi nunca lo es. Una facultad de filosofía donde los temas
que se estudian son “la teoría queer frente al neoliberalismo”, o “el
humanismo como narración opresora occidental”, bien podría cerrarse, ahorrar así
una buena suma a los contribuyentes, y convertirse por ejemplo en una dignísima
escuela de mecánica automovilística.
Subrayemos
que la filosofía debe ser útil; lo contario es una proposición peligrosa.
Tiene que servir a algo superior a sí misma, como al bonun
comune tomista. Los filósofos que
miran por la ventana y con gesto afligido nos dicen que la realidad les
desmerece no nos interesan; aquellos que construyen sistemas idealistas con los que
pretenden impugnar el mundo son un gasto de tiempo.
Los
espumarajos de resentimiento, aunque vengan envueltos en lenguaje metafísico,
siguen siendo espumarajos.
Todo
filósofo es de un material humano muy malo. Son personajillos que llegan a la
filosofía porque no saben hacer nada más importante; también suelen tener
deficientes habilidades sociales y piensan que entre otros inadaptados
encontrarán aduladores. No hay que desestimar tampoco a las legiones de
filósofos que llegan a esta rama del saber como última oportunidad para que una
mujer les encuentre “interesantes”; corrientes enteras de la filosofía del
siglo XX vienen de allí. (Lo mismo aplica para las filósofas, obviamente).
Partiendo
de este origen embarrado, luego sí hay filósofos dignos que se sienten en deuda
con la sociedad, que les ha regalado al fin y al cabo tiempo para estudiar
mientras otros cargaban ladrillos, y crean teorías éticas que buscan facilitar
la convivencia, o reconstruyen teorías que fortifican la dignidad humana, o
vigilan celosos los atropellos de la ciencia.
Hay
filósofos de bien que sirven al bien común, y son los que justifican
la existencia de la disciplina. Los otros filósofos, los ideológicos, los
retorcidos, los palabreros, perfectamente podrían perderse en los basureros de
la historia, como ya hicieran los sacerdotes aztecas o los alquimistas, y poco
habría que lamentar.
La
filosofía solo merece existir, en efecto, cuando es libre y se sale de la rueda
mecánica del totalitarismo laboral. Pero no cuando se olvida de que la rueda
mecánica de hecho existe, y que muchas personas siguen ahí atrapadas.
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