Entre
mis lecturas juveniles estaba Guy Debord, el instigador de la célebre
Internacional Situacionista. Su libro fundamental, La sociedad del
espectáculo, se me antojaba ininteligible, pero lucía bien pretender que lo
leía en los pasillos de la Facultad. En
cambio su autobiografía, Panegírico, me pareció auténticamente divertida. En
cuanto a In girum imus nocte et consumimur igni, Consideraciones
sobre el asesinato de Gérard Lebovici y El planeta enfermo, o tenían
una genialidad críptica que se me escapaba, o sencillamente eran tres fabulosas
tomaduras de pelo.
Con
el paso de los años me inclino más por la segunda opción.
Sin
embargo el libro de Debord que recordaba como claro y potente, y sobre el que
he vuelto recientemente, es Comentarios sobre la sociedad del espectáculo.
No
me fallaba la memoria; en efecto, es certero como una bala.
Comentarios apareció en Francia en 1988,
veinte años después de la publicación de La Sociedad del espectáculo;
también de los marcobotellones de Mayo del 68, en los que tanto influyó aquél
libro. Aquí llegó por primera vez en 1990; mi edición es 1999 en Anagrama.
El
título juega con la ambivalencia de glosar tanto al texto anterior como al
fenómeno analizado. El “espectáculo” era para Debord “el dominio autocrático de
la economía mercantil que había alcanzado un status de soberanía irresponsable
y el conjunto de las nuevas técnicas de gobierno que acompañan ese
dominio.” O sea, si lo traducimos de un
brochazo mal dado, es la nueva realidad que ha surgido de la colusión del
capitalismo y la tecnología, y que ha sustituido a la realidad real.
Como
anécdota manida pero iluminadora, el joven Jean Baudrillard se formó en las
filas de la Internacional Situacionista, y más tarde escribió Simulacra y
simulation, que es el libro que sostiene Neo al principio de The Matrix,
y que es la principal base filosófica la película.
Comentarios está muy bien escrito; las frases
que hay que subrayar son tantas que invitan a tener un sacapuntas a mano.
Debord empieza con una justificación un tanto arrogante, anunciando que no
puede ser muy explícito en su exposición, ya que lo que tiene que decir es
demasiado peligroso, y hay agentes gubernamentales merodeando a su alrededor. Pero lo cierto es que se entiende bien lo que
dice. Y si es verdad que estaba escrito contra el capitalismo postfordista de
su tiempo, conserva su carga anti-Poder intacta. Casi podría haberse publicado
hoy como una crítica a los superseñores de la sociedad digital.
Para
el teórico situacionista, el poder espectacular tuvo al principio dos formas:
la concentrada, un tanto tosca y propia de los totalitarismos, y la difusa, que
tiene que ver con el capitalismo y la libre oferta de mercancías. Sin embargo la
perfección gradual de esta última había llevado a una nueva forma de poder
espectacular, la espectacular integrada, en la que la alienación se convierte
en el hábitat inconscientemente asimilado, o sea, en una dulce prisión.
Éste
es el punto en el que estamos:
“La
sociedad modernizada hasta el estadio de lo espectacular integrado se
caracteriza por el efecto combinado de cinco rasgos principales que son: la
incesante renovación tecnológica, la fusión económico-estatal, el secreto
generalizado, la falsedad sin réplica y un perpetuo presente.” (pág. 23)
Las
características que describe son evidentes en nuestra vida cotidiana. Lo de la
“falsedad sin réplica”, en concreto, es otra manera de llamar a sentarse ante
una pantalla. Desde ellas nos ametrallan argumentos que ni siquiera son tales,
pues no tienen la coherencia mínima como para serlo. Son mentiras, y mentiras
ilógicas, pero tenemos que acatarlas o seremos expulsados de la vida en común.
La
pantalla emana irracionalidad y acaba haciéndonos irracionales:
“La
primera causa de decadencia reside claramente al hecho de que ninguno de los
discursos que se exhiben en el espectáculo deja lugar para la respuesta; y la
lógica sólo se ha formado socialmente en el diálogo. Por lo demás, cuando se ha
difundido el respeto hacia lo que se habla en el espectáculo, que se tiene por
importante, rico y prestigioso, y que es la autoridad misma, entonces se
difunde también entre los espectadores el deseo de ser tan ilógicos como el
espectáculo, para alardear de un reflejo individual de tal autoridad (…) Esa
pereza del espectador es también la de cualquier ejecutivo intelectual, del
especialista de formación acelerada que en todo caso intentará ocultar los
estrechos límites de sus conocimientos mediante la repetición dogmática de
algún argumento ilógico de autoridad” (pág.41)
Podría
estar hablando de nuestro maravilloso mundo de los políticos, de Twitter, de los
tertulianos de la Sexta y los cuñados que aplauden…
Debord
no veía mucha salida liberadora en su tiempo.
Me
pregunto qué hubiera pensado de Internet.
El
espectáculo situacionista define bien a los media, al Estado, el
consumismo y hasta el sistema educativo, pero se queda en el siglo XX, antes de
que surgieran las islas piratas que hay en el mundo virtual y que escapan a las
terminales del poder.
De
hecho la forma espectacular integrada ya no está claro que funcione. Más bien
parece que hemos regresado a la forma concentrada, la simplonamente totalitaria,
donde sólo los palos de la cancelación social hacen que se mantenga la
apariencia de que la narrativa espectacular sigue siendo hegemónica. Pero a
poco que se salga a la calle, se ve que sólo se mantiene por la fuerza de la
coacción, no de la persuasión.
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