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Vagar de noche por Torremolinos es como navegar por una cloaca en una barca con la quilla de cristal.
En ese vergel del letraherido que es la Cuesta de Moyano en Madrid encuentro un libro cuyo título llama mi atención: Hijos de Torremolinos de James A. Michener.
No tiene solapa, así que no sé exactamente de qué va. Como cuesta dos
euros lo compro. Son casi 800 páginas y decido investigar antes de
ponerme a leer algo que bien podría ser infumable.
Casi no hay
información en internet. De Michener aparece que luchó en la Segunda
Guerra Mundial, viajó mucho por España, murió en 1997 y que escribió
docenas de best sellers. De Hijos de Torremolinos en concreto
se dice que es una novela sobre jóvenes buscando su camino en los
sesenta. El título original era The Drifters -algo así como Los
vagabundos-, pero para su traducción española decidieron cambiarlo
metiendo “Torremolinos” en el título. Esto se explica comercialmente ya
que, por lo que veo en Wikipedia, esta ciudad originó bastante
literatura cuando estuvo de moda en los sesenta. Hay cinco ediciones
españolas en 1973 (dos años después de su publicación es EEUU) y otra de
bolsillo en 1975; luego el silencio. Parece que tuvo una leve
repercusión pero pasó pronto al sepulcro de lo descatalogado.
El libro tiene carencias que tal vez explican que no tribute como una obra maestra del siglo.
Por ejemplo, por coherencia con la historia, Michener quiere evitarnos a
un narrador omnisciente, por lo que recurre a un trasunto suyo, también
veterano de la II GM, para narrar. Este personaje, un analista
financiero llamado Fairbanks, conoce a los protagonistas tangencialmente
y sin embargo describe sus acciones y pensamientos, cuando muchas veces
es imposible que los pudiera conocer. O sea, acaba siendo un narrador
omnisciente absurdo por la falta de pericia del autor.
Sin embargo, si le damos una oportunidad como literatura (involuntariamente) juvenil, resulta un libro entretenido,
con personajes bien definidos (mejor los masculinos, ellas están
demasiado idealizadas por las hormonas del autor) y ciertas estampas de
una época medianamente logradas.
Cada uno de los doce capítulos se
abre con una serie de citas, tanto de autores clásicos como del propio
Michener, que se integran perfectamente en el texto, un poco a esa
manera orgánica de William T. Vollmann, otro autor también muy de citas y
de extensiones mastodónticas.
Los primeros seis capítulos cubren
casi la mitad del libro y recuerdan a las películas de los setenta. Los
personajes se presentan por separado, contando largamente su historia,
explicando su devenir hasta que se acaban conociendo todos en
Torremolinos. Son menores de 22 años, tres chicos y tres chicas de
distintas nacionalidades que huyen de sus familias y orígenes. Vietnam,
Oriente Medio y la descolonización de África han caído sobre sus vidas y
acuden a la ciudad donde todo es diversión y juventud.
Ya en
Andalucía se meten a vivir en una casa inmunda y a trabajar en un bar
inmundo. Hay mucho sexo y LSD. Cuando tras unos meses allí, pierden la
intensidad, se compran una furgoneta Volkswagen y se ponen a viajar. De
Portugal pasan a los San Fermines. En ningún momento parecen ser
conscientes de que viven en dictaduras, es más, hablan de libertad y una
policía permisiva que no se mete en asuntos de drogas. De lo que sí se
percatan del auge de la economía del ladrillo. En los trayectos por el
litoral español lamentan las horribles construcciones que agreden el
paisaje (Parecía como si España hubiera invitado a su rincón
suroriental a una asamblea de los peores arquitectos del mundo y les
hubiera dado un encargo: “Transformen esta costa en una apoteosis de la
fealdad”)
De Europa pasan a Mozambique. Van conociendo a
otros jóvenes y a otra gente no excesivamente saludable. La convivencia
se va perjudicando cuando alguno de los personajes pasa a la heroína y
las relaciones entre ellos se emponzoñan. Suben hasta Marrakech, donde
una de las chicas muere por desnutrición e infecciones en su brazo
adicto. El grupo se deshace y siguen viajes por separado.
La historia, leída hoy, puede resultar tópica y adolescente. Pero el mundo de los mochileros es así. No hay mucha más realidad que endulzar. El propio Fairbanks, al final, se pasma de la poca formación que tienen los chicos. Básicamente son niñatos enfadados con sus padres y muchas ganas de trajinar. Tras desfogarse volverán a sus vidas burguesas y occidentales. Siempre claro, hay alguno al que la cosa le sale mal, carga su jeringuilla con material desechado y se queda en la cuneta. Pero lo normal es hacerse solo unos rasguños, pasar alguna descomposición intestinal, y sobrevivir sin más a este ritual de paso moderno.
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