Recuerdo un cántico tirapiedra que decía “el hijo del madero a la
universidad/para que no sea como su papá”. Tamaña estupidez, claro, solo
la podían decir universitarios. Es absurdo dar por hecho que un policía
no tiene estudios superiores, que eso le convierte necesariamente en un
bruto y que su prole únicamente puede salvarse de la ignorancia en los
campus universitarios. No he conocido muchos policías, pero sí a muchos
académicos, y estoy seguro de que a poco que los primeros tengan buen
oficio serán más avispados que una inmensa mayoría de los segundos
La universidad no es panacea que cure la estupidez; pero desde luego tampoco es inútil.
Se supone que cumple con la función de garantizar que sus egresados van
a desempeñarse con ciertas habilidades básicas: saben leer y
comprenden, escriben con cierta fluidez, razonan, hilvanan argumentos
nutriéndose de distintos saberes…en fin, que pueden ser unos cretinos en
los personal pero por lo menos están mínimamente capacitados
intelectualmente.
O tal vez puede que ni eso. Puede que los
universitarios salgan siendo analfabetos funcionales; pero por lo menos
ellos y sus familias han hecho el esfuerzo de sacarse un título, que ya
es algo.
En la última década ha habido sin embargo cierto desdén
hacia quienes han pasado por la universidad. Por ejemplo el anterior
presidente del gobierno no lo consideraba requisito para llegar a ser un
alto cargo institucional. Así tuvimos en la proa del Estado a
gente que se jactaba no tener diploma alguno y que además consideraba
que eso les ungía como de auténticos hombres y mujeres del pueblo.
Dejemos
de un lado las consabidas catástrofes que arrojó aquella ralea política
y reflexionemos sobre el argumento de los estudios y la clase social.
Es cierto que para los jóvenes de clase media/alta es mucho más fácil
instruirse que otros menos favorecidos que se tienen que poner a
trabajar muy pronto; también es innegable que el haber nacido en
familias de menor nivel cultural y económico no ayuda a menudo a seguir
en la aulas.
Pero eso no es excusa. Que al principio no
pudiéramos estudiar no implica que no lo hagamos ya de adultos. En
España tenemos una universidad a distancia excepcionalmente buena.
Así que todos estos ministros y directivos que llevan años trabajándose
el cargo, y que además provienen de capas mesocráticas, podrían haber
hecho el esfuerzo de sacarse el título antes de postularse.
No es
tan complicado. En la UNED dan todas las facilidades posibles para quien
no pueda ir a las clases. Incluso permiten emplear más años que un
alumno presencial; o sea, hacer cada curso solo una parte de las
materias, ir poco a poco. Y si ni con esas -ya sea porque los hijos dan
mucha guerra, o porque la Champions es larga-, se pueden sacrificar las
vacaciones de agosto para presentarse en septiembre. Solo hay que
organizarse.
Sinceramente, la titulitis no ha demostrado aportar
grandes cosas al país e incluso ser un problema, pero ya somos varias
generaciones las que hemos crecido en ella. Hemos dedicado mucho tiempo y
dinero como para ver que todo ese esfuerzo sea despreciado por
políticos que han empleado una voluntad similar en trepar. Hay
demasiados jóvenes y adultos españoles irritados por este hecho, con
sensación de haber sido estafados.
Sabemos que un título universitario no certifica un saber elevado, pero sí un esfuerzo. Al exigírselo
a los altos mandatarios simplemente lo hacemos como forma de respeto,
hacia nosotros y hacia nuestras familias, que tanto empeño pusieron en
nuestros estudios pensando que nos garantizaba una vida mejor.
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