Esta imagen es real. En el cementerio de Usaquén, al norte de Bogotá,
se pueden encontrar lápidas con símbolos de equipos de fútbol.
Aficionados que al morir eligen que los colores del su club les
acompañen en la eternidad. En Inglaterra también sucede, aunque allí son
los féretros los que van decorados.
¿Qué clase de personas pueden creer que ser enterrado así es la culminación de su existencia?
Juan José Sebreli da algunas respuestas en La era del fútbol.
Publicado en Argentina en 1998, se centra sobre todo en este país. Pero
habla de fútbol y adoctrinamiento de masas, corrupción y violencia
hincha, trasvase de directivos de clubs a la política, miserias
académicas frente a la cultura populista, festividad postmoderna como
celebración del vacío… y toda una serie de hechos relacionados con el
“deporte rey” que atraviesan y desvertebran más o menos por igual todas
nuestras tristes coordenadas globales.
Empieza con la historia del
fútbol, que pasa en muy poco tiempo de ser un pasatiempo ostentoso de
las clases altas a un espectáculo pasivo y primordial de los
desharrapados industriales. El cambio viene determinado por la aparición
de los medios de masas y la utilización de los
totalitarismos del fútbol, que luego serán sustituidos por las
corporaciones. Fue éste y no otro deporte el elegido para bombardear
audiencias precisamente por su intrínseca monotonía y tendencia a la
irracionalidad.
Le siguen análisis psicológicos de los hinchas
como mediocres seres de personalidad autoritaria (la Escuela de
Frankfurt es la base de muchas de las teorías del libro), y si además
sobrepasan los 25 años, los califica de incapaces de desarrollar un “yo
maduro”. Es omnipresente la homosexualidad solapada en el culto al crack
o en la obsesión por ese falo dorado que es la Copa del Mundo. Las
pulsiones violentas están servidas, claro está. Sebreli descarta que la
violencia sea un agente extraño insertado por una minoría -como se nos
repite cada vez que se produce uno de los cientos de asesinatos
futboleros- si no que es el fútbol lo que origina la violencia al
fomentar los comportamientos gregarios y nacionalistas.
El autor habla mucho también de los personajes que ascienden en política metiéndose a medrar en el fútbol.
Cita casos desconocidos fuera de Argentina pero perfectamente
extrapolables a otros países. Resalta la indiferencia real que sienten
estos tipos hacia el fútbol como deporte y como lo utilizan desde la
apatía afectiva, justo lo contrario que los hinchas, para ascender
socialmente con cierto respaldo popular.
Hay un capítulo dedicado a analizar la figura de Maradona,
tal uno de los héroes más absurdos de la historia; y otro sobre la
imposición apabullante que hacen los medios de un deporte repetitivo y
carente de emoción hasta convertirlo en el principal entretenimiento de
gentes sin alternativa.
Sus reflexiones sobre los intelectuales
y la distancia cínica que ponen con el fútbol es lo más interesante del
libro, creo yo, es la crítica a los intelectuales neorománticos y
populistas (Sábato, Galeano…) que pretenden aportar legitimidad a lo que
tal vez es una de las mayores canalladas que el Poder ha perpetrado
contra los pobres en las últimas décadas. Es intrínsecamente abyecto que
los habitantes de la ciudad letrada, desde sus áticos repletos de
libros y sus visitas a la ópera, se dediquen a defender al fútbol. Es
abyecto porque lo hacen desde su distancia cínica, es decir, se
disfrazan de descerebrados conscientes de lo que hacen, se emocionan
sabiéndose ridículos -en esto coinciden con los directivos-, mientras
que para los verdaderos hinchas no hay tal lujo: su miseria existencial
es tal que el fútbol es su principal fuente de plenitud.
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