Nos estamos deslizando hacia un mundo cuántico desde instituciones
decimonónicas. El desastre está garantizado ¿Qué es toda esta maquinaria
dispuesta para evitar que seamos sujetos a la altura de los tiempos?¿De
dónde viene este caduco pensamiento binario que nos hace ser partícipes
de nuestro propio sometimiento? Un Estado dentro de globalidad todavía
parece necesario, pero ¿para qué más políticos, más instituciones de las
estrictamente necesarias?¿por qué tantas botas pateando nuestra cara?
Benedict Anderson, el gran estudioso y desmitificador del nacionalismo, cuenta en su imprescindible Comunidades imaginarias
que las unidades administrativas, por muy artificiales que sean al
principio, terminan provocando cierta sensación de pertenencia, de
patria.
Tal vez eso explica cómo ha podido filiar a seis millones
de ciudadanos, a los que nada aporta, este absurdo y oneroso engendro
llamado Comunidad Autónoma de Madrid. Un tinglado político que nos
presentan como realidad inamovible y sin la que no podríamos vivir, pero
que es de hecho de reciente invención: se constituyó en 1983. En los
más de mil años de existencia de la ciudad de Madrid, o en los casi
doscientos de la provincia, jamás ha habido un autogobierno aquí - y no
nos había ido mal, por cierto.
¿A quién beneficia este nuevo
régimen localista?¿para qué sirve?¿por qué no podríamos ser un Distrito
Capital -MADRID D.C.- directamente vinculado al Gobierno de España, que
aunque suele estar dirigido por ineptos, es el único que legítimamente
puede administrar este cruce de identidades que es el territorio de
Madrid?¿por qué duplicar las incompetencias si con una basta y
sobra?¿por qué no votar directamente al Delegado del Gobierno y que nos
represente en Moncloa, en lugar de elegir a un “presidente” autonómico
con su propia corte, su propia burocracia y sus propios dispensarios de
prebendas?
La CAM es el departamento de relaciones públicas del
cártel del ladrillo, la sala de juntas de las élites extractivas, el
Plan B de los que no han podido medrar en sitios mejores. Solo eso. En
todos estos años no ha hecho nada por la educación, el bienestar o el
desarrollo tecnológico; nada al menos que no hubiera podido hacer el
Estado por menos dinero. La CAM solo es un desorbitado sobrecosto, un
impuesto revolucionario clientelista sin el que nos ahorraríamos miles
de millones de euros cada año.
Como las encomiendas y el
caciquismo, las comunidades autónomas son la representación en el siglo
XXI de la tradicional hostilidad española a la racionalidad económica.
Aquí lo importante no es que la economía funcione, si no las necesidades
de las oligarquías, que en nuestro país han sido siempre especialmente
mediocres y cortos de miras. De ahí su sempiterna oposición a la idea de
un mercado nacional unificado, dinámico y competitivo.
Para
mantener la desestructura económica fomentan una superestructura social
cainita que la valide. Solo hay que escucharles. No utilizan argumentos
racionales para justificar sus satrapías, porque no los hay, únicamente
chantajismos emocionales. Es la nauseabunda estrategia legitimadora de
la casta política española: cuartear la solidaridad con paralogismos que
encrespen el alma del debate político, siempre los “hunos contra los
hotros”, si dices tal eres de cual, porque los de cual siempre dicen
tal, y por ello no debemos mirarte a la cara. Buscan emponzoñar a la
ciudadanía futbolizando sus afectos, hacernos detestar al vecino, que es
nuestro igual, y culparle de nuestras desdichas. Todo en aras a un
proyecto sistémico para torpedear en España la existencia de una
sociedad civil fuerte y cohesionada, una que se niegue a compartir
pancartas con sus explotadores, una con fuerza para afirmar NOSOTROS
DECIMOS BASTA.
Por supuesto, los serviles utilizaran esta
estrategia contra quien disiente de la CAM, y lo tienen fácil porque
aquí la mayoría o hemos nacido fuera o lo han hecho nuestros padres. Por
eso podrían intentar reprocharnos nuestra condición forastera para
desacreditarnos y decirnos que si no nos gusta la autonomía que nos
vayamos, que no amamos suficiente al terruño. Bien podemos recordarles
que no necesitamos ganarnos el derecho a vivir en esta provincia, y
menos la libertad para opinar sobre su política ¡No ha nacido quien
pueda taparnos la boca! Aquí no hacemos juramentos de fe nacionalista:
Madrid es tierra abierta y con vocación global, permeable e
individualista, no toleramos guiones encorsetadores sobre lo que
significa ser madrileño. No los ha habido nunca y no vamos a permitir
que los haya ahora.
Tenemos que estar alerta, militantemente
alerta, con esos intentos de importar modelos de convivencia extraños a
Madrid que buscan establecer ciudadanos de primera y de segunda
basándose en la oriundez. Estamos viendo cómo la CAM y sus gravosos
medios de comunicación intentan emular modelos periféricos de adhesión
basados en culpar a inmigrantes u a otras regiones españolas de la
desaceleración económica. En España los políticos controlan tres cuartas
partes de la economía. Si ésta no funciona ellos son los responsables,
no el campesino o el hermano de ultramar. Y ojo también con el
castellanismo de colmillo izquierdo que no casualmente está ruidoso
últimamente: defienden una identidad impostada para nuestra provincia,
además de excluyente. Madrid nunca ha sido castellana más que
geográficamente.
El patriotismo no es el último refugio de los
canallas, es su primer sustento. Cuando alguien que usa coche oficial
pide lealtad a la tierra y a sus instituciones, hay que darse por
desvalijado. Pueden ahorrarse sus ripios y lágrimas. No nos conmueven.
No nos asustan. Podemos vivir sin ellos. La Provincia de Madrid sería
mucho mejor sin la Autonomía ¡Desarticulémosla!
¡La Comunidad Autónoma de Madrid es cara, pesebrista y retardataria para el progreso económico y social!¡Exigimos su disolución!
MADRID DISTRITO CAPITAL.
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