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En los estudios de humanidades a menudo nos topamos con prejuicios
enraizados que se dan por válidos a pesar de su notoria falsedad. Uno de
ellos es la hispanofobia. Parece ineludible que cualquier texto
académico que busque el aplauso tiene que echar pestes contra España y
su legado. Es lo habitual. Si se trata de comparar naciones europeas,
por supuesto que los ingleses, holandeses y franceses han pasado por la
historia cantando el “oh happy day” y regalando cultura a desdichados
ignorantes, mientras que los españoles se han dedicado a la rapiña y las
hogueras inquisitoriales.
Esto es algo tan integrado en la mentalidad europea, la nuestra incluida, que nadie lo pone en duda. Sin embargo hemos de preguntarnos cuánto hay de cierto en esta retórica.
Cuando los
documentos, los hechos y el sentido común nos demuestran que no todo es
blanco y negro en las historias nacionales europeas, el planteamiento se
torna meramente epistemológico: ¿Cómo puede ser que autores
prestigiosos y libros de supuesto rigor científico se empecinen en esta
distorsión del saber occidental?¿Por qué nadie señala que las
interpretaciones malintencionadas nos hacen vivir en el error?
Una muestra: el erasmismo español.
Se
nos dice que durante siglos España fue un horizonte de sombras,
fanatismo religioso y estrechez de miras. Se pone como ejemplo el
fracaso del erasmismo patrio y que el propio Erasmo de Rotterdam, el más
célebre humanista del siglo XVI, no quiso nunca venir a España, un país
demasiado retrógrado para él, y que la carta que envió al inglés Tomás
Moro explicándose y diciendo aquello de “non placet Hispania” enuncia
claramente su merecido repudio a este territorio tan ajeno a la
civilización occidental.
Pero ¿por qué hasta los propios
españoles dan por hecho que si un tipo del norte de Europa habla mal de
España debe de tener necesariamente razón?¿no estamos ya en lo que se
puede entender como mentalidad colonizada?
Ya
da que pensar, incluso si aceptamos esta versión “oficial” sobre la
supuesta cerrazón intelectual hispánica, cuando sabemos que fue el
Cardenal Cisneros, el hombre más poderoso del Reino en aquél tiempo, el
que invita personalmente a Erasmo a enseñar en la Universidad de Alcalá;
y que el receptor de las quejas sea precisamente Moro, que fue
decapitado por oponerse al anglicanismo.
(Aunque ya sabemos, gracias a Elvira Roca, que si el rey de Inglaterra manda matar a un católico, o miles, no es por intolerancia religiosa, es que es un visionario político avanzado a su tiempo, nos explica la serie de televisión Los Tudor; porque lo de asesinar vilmente es cosa de católicos, que son unos carcas todos, para los protestantes matar es el no va más de la modernidad y el realismo político).
(Aunque ya sabemos, gracias a Elvira Roca, que si el rey de Inglaterra manda matar a un católico, o miles, no es por intolerancia religiosa, es que es un visionario político avanzado a su tiempo, nos explica la serie de televisión Los Tudor; porque lo de asesinar vilmente es cosa de católicos, que son unos carcas todos, para los protestantes matar es el no va más de la modernidad y el realismo político).
Pero si indagamos un poco más profundamente -o sin ir más lejos leemos el Erasmo y España
de Marcel Bataillon, título por cierto harto específico para el libro
canónico que se supone que todo el mundo tendría que consultar para
hablar del tema-, vemos qué es lo que realmente sucedió: El Cardenal
Cisneros quiso contar con el pensador holandés para su recién inaugurada
universidad, pero éste, que por muy progre avant la lettre que
fuera también era un antisemita furibundo, no quiso venir porque le
parecía que aquí había demasiados judíos, o como dice en una carta a un
amigo: “Los judíos abundan en Italia; en España apenas hay cristianos.
Tengo miedo de que la ocasión presente haga que vuelva a levantar su
cabeza esa hidra que ya ha sido sofocada”.
O sea, que el gran
humanista para el que nuestro retrógrado país no estaba preparado
sencillamente lamentaba que aquí hubiera demasiado converso y poco
cristiano de abolengo; además por lo que parece le aterraba bajar al sur
de Europa porque temía que unos diabólicos narizotas se escondieran
debajo de su cama y le hicieran la circuncisión a traición mientras
dormía.
En cuanto al celebérrimo “non placet Hispania”, aparece en
efecto en un párrafo de una carta a Moro cuyo contenido completo es:
“Todavía no he tomado una decisión alguna en cuanto a la elección de mi
residencia. España no me seduce; pues has de saber que el
Cardenal de Toledo me llama allá de nuevo: Alemania, con sus estufas y
sus caminos infectados de bandidos, no me dice nada tampoco. Aquí [en
Lovaina], demasiados ladridos y ninguna recompensa: aunque tuviera el
mayor deseo de ello, no podría mantenerme aquí demasiado tiempo. En
cuanto a Inglaterra, me asustan sus motines y me horroriza la
servidumbre”.
O sea, que de hecho Flandes, Alemania e Inglaterra
salen peor paradas en sus inclementes diatribas. Sin embargo lo que se
cita hasta la náusea es el “non placet Hispania”, ¡que llegó a encabezar
una exposición reciente en Salamanca inaugurada por los Reyes!
Así
que tenemos claro que Erasmo era un botarate, por decirlo en términos
clásicos, y que su repulsa a nuestro país se basaba en criterios
deleznables. Su obra sin embargo es buena; estamos todos de acuerdo en
que es humanística, bella y ejemplo de liberalidad. De ahí que el
hispanófobo sonría tranquilo porque eso significó, sostiene, que no pudo
tener eco en la península y los pocos erasmistas que hubo fueron
perseguidos por la malvada Inquisición; o sea, el tópico de que “el
erasmismo fracasó en España”.
Estamos ante otra falsedad que se acepta como buena a pesar de que todas las evidencias en contra.
La verdad es que no hubo país europeo donde el erasmismo cuajara tanto. Como dice José Luis Abellán:
“Erasmo fue holandés pero el erasmismo fue español”. Se puede entender
como el Renacimiento español, sin nada que envidiar a otros. Aquí la
visión erasmista llegó a todo el mundo, desde el último letrado del
último pueblo hasta al propio Carlos V, que conoció bien el erasmismo y
convirtió su teoría de la “universitas christiana” en nada menos que la
narrativa de poder de su imperio. Por supuesto todos los clérigos medios
e incipiente burguesía, principalmente los que no podían probar pureza
de sangre, abrazaron la idea erasmista del “cuerpo místico de Cristo”,
que igualaba en una proyección metafórica horizontal a todos los
cristianos, formando indistintamente parte de un cuerpo cuya cabeza era
el hijo de Dios. Tampoco hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta
de que la locura de don Quijote, esa que no sabe mentir y así desvela
inocentemente las hipocresías sociales, viene directamente del Elogio de la locura de Erasmo, libro que Cervantes claramente conocía.
Y
por si quedara alguna duda, Erasmo de Rotterdam en persona, al final de
su vida, reconoció que en ningún país se le había leído y comprendido
tan bien como en España. En una de sus últimas cartas, cuando un
discípulo le describe desde Toledo la gran aceptación que su obra está
teniendo, exclama, melancólico: “¿Por qué no me habré dirigido allá, en
lugar de haberme marchado a Alemania?”.
El asunto mencionado es, si se quiere, baladí. Pero no deja de ser representativo de la hispanofobia como error epistemológico. Cualquier manual de historia o filosofía que diga que Erasmo no enseñó en la Universidad de Alcalá porque era demasiado "liberal" para ello, o que en un país tan tenebroso nunca pudo tener repercusión una obra tan humanística, es sencillamente un mal manual que perpetúa falsedades. Cuando esto se hace masivamente, con otros períodos históricos y en todos los campos del saber, estamos ante un serio problema para las ciencias humanas y la manera que tienen de interpretar los asuntos de la contemporaneidad.
La
hispanofobia es racista, ridícula y aburrida; pero sobre todo es
errónea y merma la credibilidad de cualquier autor que caiga en ella.
1 comentario:
Gracias por la informacion
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