Eugenio
Trías (1942-2013) fue un filósofo barcelonés con un amplio campo de intereses, si bien se centró en la estética. Tuvo gran reconocimiento en
vida y publicó docenas de libros. Su obra ofrece un mapa conceptual propio y
una amplitud de intereses que le hace muy atractivo; además escribe bien y su
estilo rezuma un entusiasmo que le hace grato. No es osado asegurar que, debido
al provincialismo inverso de nuestro mundillo académico, si hubiera nacido en
París y escribiera en francés sería uno de los autores más citados en las
universidades hispánicas.
De sus libros mejores -porque también los tiene malos- que a su vez no sean de difícil acceso para el profano destacamos Lo bello y lo siniestro, que es un estupendo acercamiento a algunas categorías de la estética, como lo bello, lo sublime, lo siniestro, y lo barroco. Aunque el libro tiene una unidad, los capítulos se pueden leer independientemente.
Esto
es lo que haremos con el último de ellos: “Escenificación del infinito
(Interpretación del barroco)”.
En
este texto, que se publicó por primera vez en 1981, Trías muestra cierta
valentía e impermeabilidad a las modas, ya que en unos tiempos poco propicios
para ello defiende el Barroco y sobre todo su dimensión espiritual. También
está claro que leyó el libro de Valverde porque hay ciertas ideas de aquél con
las que se confronta (aunque sin citarle), como hablar del Barroco como
Renacimiento invertido, o la insistencia en la paradoja de un arte desbordante
en un contexto racionalista (que para Trías no es tal porque demostrará que el
Barroco es racionalista también).
Sin
embargo, en Valverde hay una sobria voluntad pedagógica que le lleva a no
asumir riesgos en su explicación que puedan confundir al estudiante. Trías
empero, que tenía lectores fuera de la universidad, le da a sus pocas páginas
la profundidad y el lance que le falta a aquél.
Para
Trías desde los griegos la infinitud ha estado mal valorada en las artes
occidentales. No se entendía o se despreciaban
la idea de la falta de límites, y se consideraba un error de planteamiento. Sin
embargo el Barroco quiere rehabilitar el infinito desde los fundamentos
formales del Renacimiento, que se había agotado al limitarse a un espacio
geométrico, inmanente, y en última instancia, abstracto (el Renacimiento
aparece en estas páginas como contrapunto, y hay que decir que el filósofo no
parece tenerlo en alta estima, porque siempre es un contrapunto fallido frente
a la potencia barroca).
La
cesura que supone Descartes ha dividido la filosofía entre la razón y la
locura, lo racional y lo sensible, la claridad y la confusión. Sin embargo,
después de él los hombres no pueden dudar de que tras los posibles engaños del
mundo, está el yo-pienso, y sobre todo la gran evidencia de la rex extensa
que es Dios, una base sólida sobre la que construir cualquier propuesta
artística.
El
Barroco se levanta racionalmente sobre el infinito y a él apunta, como se ve en
las pinturas barrocas o en la espiral que se percibe en el interior de las
bóvedas de las iglesias, que es una línea de expansión hacia el infinito. Trías
sostiene que este estilo siempre nos está diciendo lo mismo, que “lo presente
está invadido y envuelto por lo invisible; lo finito, por un torbellino de
infinitud”. Lo ejemplifica con la música: “Una fuga de Bach no tiene por qué
acabarse. Se oye como un despliegue polifónico lanzado a espacios siderales”.
Cuando
se trata de hacer un análisis de las distintas artes, Trías evita hacer
apartados como en el texto de Valverde, o como cualquier texto más académico
haría, y va introduciendo sus disquisiciones un poco aleatoriamente (no habla
de literatura o filosofía barroca, por cierto).
Como
ya hemos mencionado, celebra la música de Bach, y dice que frente a la -cómo
no- simpleza musical del Renacimiento, el Barroco introduce polifonías
armónicas que subrayan lo dicho de que lo infinito no es sinónimo de caótico.
De
la escultura elogia su conciliación entre el movimiento y el reposo, así como
sucede con la arquitectura, cuyas fachadas invitan a pararse a mirar desde una
perspectiva, para retomar el paso de nuevo hacia otra perspectiva (aquí no
entra a hablar de las innovaciones técnicas de la arquitectura barroca, por lo
que podemos asumir que suscribe la idea de Valverde, de que el Barroco no innovó
técnicamente en demasía).
Sobre
la arquitectura añade que no es lo mismo colocar en un centro geométrico un
obelisco, como hace el renacimiento, que un organismo vital, “una escena” como
el Barroco. En el primer caso el paseante se siente un punto atemporal en una
estructura perfecta donde queda abolida la muerte, pero también el flujo de la
vida. En el espacio barroco sin embargo es temporal, invita a caminar,
transitar y metamorfosear; la muerte está al acecho aquí, hay drama y
evolución.
En
las últimas páginas de “Escenificación del infinito (Interpretación del
barroco)” Trías insiste mucho en esto último, que el Barroco nos avisa de que
la muerte es inevitable, y que ésta es el despertar del sueño que es la vida. Pero
no hay nada que temer, ya que “la meta es el infinito”.
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